|
16 de julio de 2016
|
204
Visitas: 204
LA ACTITUD DE DOS MUJERES, MARTA Y MARÍA, ANTE LA PRESENCIA DE JESÚS. ¿A CUAL NOS PARECEMOS?
La historia de Marta y María nos puede ayudar a comprender que hay cosas buenas y necesarias, pero que no son las más importantes de la vida. Mientras que otras, aunque sean aparentemente menos importantes, son las más fundamentales. En otras palabras, nos descubre el sentido de lo esencial.
A Jesús le complacía hospedarse en la casa de Betania porque allí tenía buenos amigos que lo querían, lo acogían con gusto y con quienes pasaba unos ratos de descanso y de familiaridad muy agradables. Lázaro, Marta y María eran amigos y confidentes de nuestro Señor.
Marta la hermana mayor ejercía de anfitriona, de ama de casa, y se multiplicaba para atender lo mejor posible a un huésped y a un amigo tan singular. Y, como anfitriona, hacía todo lo posible por ofrecerle lo mejor y por lucirse en el servicio y en las atenciones.
Mientras tanto, María, toda despreocupada, sin hacer nada, se sentaba plácidamente a los pies del Señor a escuchar su palabra.
Marta, toda nerviosa y ajetreada, se para entonces un momento y, en tono de queja, le dice a Jesús que le pida a la hermana menor que la ayude en el servicio, ya que ella no alcanza con todo.
Seguramente esperaba que, ante la petición del Maestro, su hermana se levantaría a ayudarla. Y, sin embargo… ¡no fue así! No sólo no logró que María le echara una mano, sino que, además, se ganó una dulce reprensión de parte del Señor.
La verdad es que no siempre se ha hecho justicia a Marta. Tal vez hemos pensado que Marta se ganó la regañina del Señor porque estaba equivocada. No. Marta estaba haciendo una cosa estupenda, maravillosa: estaba sirviendo al Señor. ¡Qué privilegio! Sin embargo, a pesar de todo, sí tuvo un error, y Jesús no tardó en hacérselo ver.
El problema no está en servir al Señor, sino en la manera de hacerlo. Lo que Jesús reprueba no son sus servicios y sus atenciones, sino la agitación, la dispersión, el andar corriendo en mil direcciones y perder la paz del corazón.
Marta se deja ganar por lo urgente y sacrifica lo importante; se queda con lo accidental y descuida lo esencial; se deja copar por el activismo y olvida la contemplación, la escucha de la palabra del Señor, que es lo que verdaderamente importa. Olvidó que la llegada del Señor a su casa era la gran oportunidad para estar con Él y escucharlo, y prefiere, en cambio, la acción. Pero cae, al mismo tiempo, en la precipitación, en el ruido, en la agitación y el nerviosismo, es decir se convierte en víctima de la “trampa de la actividad”.
Marta acoge a Jesús en su casa, pero María lo acoge dentro de su corazón, en su propia intimidad.
Tal vez incluso Marta quería quedar bien ante el Señor, reservándole lo mejor de sus servicios, pero se quedó en las cosas del Señor; mientras que María escogió al Señor de las cosas y le entregó su ser entero.
Por eso, tendríamos que preguntarnos hoy a qué damos nosotros más importancia en nuestra vida: al actuar o al ser; al activismo y a una cierta “herejía de la acción” o a la oración y a la contemplación, que es la condición indispensable para una acción fecunda en el apostolado.
Si no tenemos el corazón lleno de Dios, nuestra acción será sólo un ruido vacío y estéril. “Mucho ruido y pocas nueces”, como reza el proverbio popular.
En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse. Ante todo es importante comprender que no se trata de la contraposición entre dos actitudes: la escucha de la Palabra del Señor, la contemplación, y el servicio concreto al prójimo. No son dos actitudes contrapuestas, sino, al contrario, son dos aspectos, ambos esenciales para nuestra vida cristiana; aspectos que nunca se han de separar, sino vivir en profunda unidad y armonía. Hemos de unir las dos dimensiones en nuestra vida, pero insistiendo en lo esencial: oración y acción, escucha y servicio. Pero siempre, poniendo lo primero en el lugar que le corresponde.
¡Ojalá! que a nosotros no nos tenga que llamar la atención nuestro Señor, como a Marta.
¡Ojalá! que nosotros sepamos, como María, escoger la parte mejor, al Señor, pues nadie nos lo arrebatará. ¡Él es el único necesario! Todo lo demás nos lo dará Él por añadidura.
Antonio García Blanquer
Diácono Permanente, Secretario General de Cáritas Diocesana de Albacete