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18 de julio de 2015
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Hoy nos detenemos en el momento del evangelio de san Marcos en el que los doce apóstoles vuelven de la primera misión que les encarga Jesús. Estamos en los versículos 30 al 34 del capítulo sexto. Mientras le están contando lo que habían hecho, Jesús les propone ir a un sitio tranquilo para descansar y se montan en la barca para ir a la otra orilla del lago de Galilea. Pero la gente los descubre y cuando desembarcan ya los están esperando. Ahí se acaba el descanso y Jesús se pone a atender a la multitud.
Estamos en un momento de gran popularidad de Jesús y sus apóstoles. La gente los busca y les sigue a todas partes y escuchan con entusiasmo enfervorecido sus enseñanzas. Pero ¿a qué se debe tanta popularidad? ¿Qué hacen para ganarse el liderazgo sobre el pueblo? Si echamos un vistazo a las escenas anteriores y posteriores del evangelio, podemos encontrar algo de luz a estas preguntas.
En una escena anterior Jesús había enviado a los doce dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos, es decir, sobre todo mal que angustia a los hombres: enfermedades, dolencias, muerte,… No les da autoridad sobre el pueblo, sino sobre los males que acosan al pueblo. Y los espíritus inmundos se someten al poder de Jesús y los suyos. Es curioso: no ejercen su poder sometiendo al pueblo, sino combatiendo al mal que tiene sometido al pueblo. Esa es la forma divina de ejercer el poder. Así se comporta el todopoderoso. Y lógicamente, la gente empieza a ver en Jesús a un posible salvador. Su forma de ejercer el poder no es egoísta -no busca su propio beneficio- y su popularidad no es populista, al contrario de lo que intentan hacer creer posteriormente sus detractores que, curiosamente, son los que ejercen el poder civil y religioso.
Contrasta esta forma de poder de Jesús y los suyos con la del rey Herodes. El evangelista Marcos, haciendo un inciso en el relato de esta primera misión de los apóstoles, nos cuenta el encarcelamiento y asesinato de Juan el Bautista por orden del rey. Un rey que se muestra débil, sin autoridad moral y a merced de los caprichos y tejemanejes de su entorno. Un rey que no duda en ejecutar injustamente a un hombre que sabe que es honesto e inocente con tal de salvar su pellejo, su reputación y así continuar su romance con su cuñada. Curiosamente, cuando Herodes oye hablar de Jesús y de su poder haciendo milagros llega a afirmar que ese hombre es Juan, el que él había mandado decapitar y que había resucitado, reconociendo de alguna manera, que el poder de Dios es superior al suyo.
Y es que en nuestro mundo el poder, para ser aceptado moralmente, ha de ser un poder legítimo. La legitimidad se refiere a la justicia, no sólo a la legalidad. ¿Es legítimo el poder de Jesús?, podemos preguntarnos. Una vez más es posible encontrar la respuesta en la escena que hoy nos ocupa y en el desenlace de ésta. Jesús se compadece del pueblo porque andan como ovejas sin pastor y se pone a enseñarles las cosas del Reino de Dios: les habla de justicia, esperanza, amor y perdón. Les cuenta la compasión de Dios y muestra su caridad haciendo junto a sus apóstoles un gran milagro: la multiplicación de los panes y los peces, que es la continuación del texto que hoy nos ocupa. Así es como se legitima moralmente el poder de Jesús: ejerciendo la caridad, haciendo justicia y sirviendo al pueblo. Pero ojo, entendamos bien qué es la caridad, que no es otra cosa que el amor. Aunque nos parezca extraño, en las cosas de Dios el amor y la justicia van de la mano. No entran en conflicto moral, sino que la justicia es consecuencia del amor.
Por lo tanto, la popularidad y el liderazgo de Jesús y los suyos se debe a la forma legítima de su poder que no es otra que amar a la gente y servir con justicia a todo aquel que necesita de ellos. Y así es como no se convierten en dirigentes del pueblo que dictan lo que la gente tiene que ser y hacer, sino en pastores que son seguidos por un pueblo que se sabe amado y servido por ellos y que tiene la certeza de que no sólo no los van a traicionar, sino que darán su vida si es necesario para combatir los males de este mundo. Así es la justicia, el poder y la caridad de Dios. Un buen modelo y un buen ejemplo para cualquier sociedad y para cualquier época. También, por qué no, para la nuestra.
Carlos Garijo Serrano
Párroco de Casas de Juan Núñez