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15 de julio de 2017

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«Elige tu propia aventura» es el nombre de una serie de libros también conocidos como: Libros juego. En ellos, el lector toma decisiones sobre el transcurrir de la historia. A este tipo de literatura se le llamó: hiperficción explorativa. Pues bien, el evangelio de Mateo nos presenta este domingo la “Parábola del sembrador” como uno de esos libros donde podemos decidir qué personaje o cosa queremos ser. Hay muchas opciones. Podemos ser sembrador, semilla, campo de labranza. Incluso podemos ser sol, pájaro, zarzas. Cada cual es toda una historia, cumple una función y es aplicable a cada lector en sus diversas circunstancias.

Jesús está sentado en una barca, mientras el pueblo le escucha (13,2). Permanecer sentado es la actitud típica del maestro, con esta actitud parece como si quisiera explicar una gran lección, sin embargo, narra simplemente que un sembrador salió a sembrar la semilla.

Son muchos los que en nuestras tierras manchegas siembran. La actitud del sembrador es la de aquel que siembra con esperanza, nunca sabe qué será de la semilla, pero la arroja con confianza. No deja el sembrador de sembrar pensando en que puede venir un pedrisco, ni que tal vez no llueva lo necesario, simplemente siembra. Es la actitud de evangelizador que sabe que su trabajo es sembrar confiadamente y esperar. En nuestra diócesis hemos vivido el primer año de la Misión Diocesana siendo campo de cultivo, ahora nos toca ser sembradores.

Es esencial disponer de semillas de alta calidad para esta labor de evangelizar, por eso hemos de usar  solamente semillas de alto poder germinativo. La Palabra de Dios es la mejor semilla. A veces en nuestra historia de la Iglesia la Palabra ha sido relegada y desplazada a un segundo plano por la eucaristía. De ahí, que el Concilio Vaticano II nos recuerda que “la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor” y que “es necesario que toda la predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella” (DV 21). El mundo entero está lleno de esta semilla que es la Palabra, pues “A toda la tierra alcanza su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras” (Salmo 19,5). Dios como buen sembrador ha esparcido su Palabra para llenar el mundo de buenos frutos. Como diría San Justino, son las “Semina Verbi”, las semillas del reino plantadas en cada vida e incluso en lo inerte.

Sembrador, semilla y vamos al terreno. Todas las semillas necesitan algunas cosas básicas para poder crecer: luz solar, un medio donde crecer, y agua. La parábola presenta cuatro tipos de terreno que representan cuatro tipos de lectores de la Palabra. Creo que incluso podríamos comparar estos tipos de terreno con las Moradas de Santa Teresa,  donde “hay que pasar por muchos aposentos para llegar a donde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma”. Así, la parábola nos habla del borde del camino, del terreno pedregoso, del terreno enzarzado y de la tierra buena.

El borde del camino es el alma superficial, donde todo está al descubierto, y por eso la Palabra no puede penetrar en ellos, los pájaros, que son los muchos pensamientos que revolotean en nuestra cabeza, impiden que la Palabra arraigue en el alma. Diría Santa Teresa en Las Morada que son las “sabandijas y bestias” que están en el borde del castillo impidiéndonos pasar. Llamaba la santa a la imaginación que nos distrae de la Palabra “la loca de la casa”.

El terreno pedregoso, es una imagen de aquellos que se dejan entusiasmar por la Palabra pero no tienen constancia. La Palabra penetra sólo en las emociones, en las capas más externas, pero el fondo del corazón se mantiene intocable por ella. Santa Teresa dirá en las segundas moradas “lo mucho que importa la perseverancia, y la gran guerra que da el demonio en el principio.”

Los cardos y las espinas son imágenes de nuestros propios sufrimientos y afanes que ponemos por encima de la Palabra. Son aquellas cosas que ponemos como prioritarias por encima de Dios, que nos recuerda, que hemos de amarle por encima de todas las cosas. Todo lo que pongamos por encima de Dios impedirá que le llegue el sol a la Palabra, no le dejaremos espacio para respirar y la semilla necesita luz. No creamos, decía la santa de Ávila, que estamos gastando mal el tiempo que estamos delante de Dios. El tiempo ante Dios en el silencio, es la luz necesaria para que la semilla crezca.

Pero la mayor parte de la semilla cayó en tierra buena y dio mucho fruto. En esto se pone de manifiesto que Mateo ve íntimamente unidos los hechos y la escucha de la Palabra. La existencia cristiana tiene que dar fruto con un nuevo modo de actuar. Quien se deja trasformar por Dios genera fecundidad. Como aconsejaba Santa Teresa a sus monjas: “Este amor hijas no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras”.

Juan Molina Rodenas
Párroco de Ossa de Montiel