|
9 de julio de 2016
|
148
Visitas: 148
En el evangelio de hoy encontramos una parábola muy conocida de Jesús: la parábola del buen samaritano, que sólo nos cuenta san Lucas, en la que vemos una vez más, como de una manera muy sencilla y real, el Señor, nos muestra su enseñanza. En esta ocasión va dirigida a un doctor de la Ley, que le hace la pregunta: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. A lo que Jesús responde con otra pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley?”. Esta pregunta de Jesús no le sería muy difícil de responder, ya que incluso cualquier niño judío sabía que para alcanzar la salvación era necesario cumplir los mandamientos, y que estos se resumen en: el amor a Dios y al prójimo. En efecto, el doctor responde: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”, confesión de fe que aparece en el Shema, oración que recitaban los judíos dos veces al día, y añade: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, ley que aparece en el libro del Levítico.
Por el tipo de pregunta tan vulgar, se ve claramente que lo que el doctor quería era más bien coger a Jesús, pero cuando Éste le manifiesta la simplicidad de la pregunta, el letrado le formula otra pregunta: “¿quién es mi prójimo?”. Esta es más complicada, ya que no tenían muy claro el significado del término “prójimo”, no se sabía a ciencia cierta, si se trataba, de los familiares, de los amigos, o los que pertenecían al pueblo de Dios. En esta ocasión Jesús responde con una bellísima parábola:
“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino, y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a la posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios, y, dándoselos al posadero, le dijo: -cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta. (Lc 10, 30-35)
A continuación Jesús le pregunta: “¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? El letrado contestó: -El que practicó la misericordia con él. Jesús dijo que había respondido correctamente.
Llama la atención como Jesús no responde de manera directa a la segunda pregunta del letrado: ¿quién es mi prójimo? Porque Jesús no ha venido a resolver disputas teóricas, sino que ha venido a enseñarnos el camino llano que lleva a la vida eterna, por eso no hizo una definición tal y como quería su interlocutor, solo preguntó quien obró como prójimo del herido. Jesús hace que el letrado llegue por su cuenta a la conclusión del mandamiento fundamental del amor. Entonces, cuando el maestro de la ley se lo dice, Jesús le da ese consejo con que se cierra el evangelio: “ve y haz tú lo mismo”. Es decir, ama y tendrás la vida eterna, acaba invitándole a ser misericordioso.
Esta invitación que Jesús hace al letrado, nos la hace también a cada uno de nosotros, ya que nuestro prójimo es un hombre cualquiera, alguien que nos necesita. El Señor no especifica cual es su raza, o si somos amigos o parientes, nuestro prójimo es cada persona que podemos encontrar por nuestro camino y que tenga necesidad de ayuda.
En la parábola vemos como para el sacerdote y el levita, personas consideradas “oficialmente buenas”, no ha faltado la ocasión para practicar la caridad, pero los dos pasan junto al herido, lo ven y lo dejan, sin hacerle caso; ha faltado la caridad, el corazón, y quedan muy mal parados, por el contrario queda muy bien el samaritano, el extranjero, más odiado de los judíos que los mismos paganos, sin embargo nos deja la imagen del perfecto cumplidor de la ley de la caridad: va de viaje como los otros; pasa junto al herido, lo ve y se compadece, y todos los cuidados que tiene con él salen de su corazón compasivo y misericordioso, como la flor y el fruto sale del árbol bueno.
Llegados a este punto podemos hacernos esta pregunta: ¿Dónde nos situamos nosotros, en los que pasan de largo o en el que se detiene y emplea su tiempo para ayudar a las personas que lo necesitan?
En nuestro caminar por la vida, nos encontraremos con personas heridas, doloridas, despojadas y medio muertas, no solo física sino también espiritualmente, personas que no tienen lo imprescindible para vivir, a causa de la tremenda crisis que arrastramos durante tanto tiempo; personas que viven lejos de sus hogares y sus familias, a causa del problema de la inmigración. Pero también personas que sufren por falta de comprensión y de cariño, y personas que no conocen las verdades más elementales de la fe, a causa de, o bien malos ejemplos, o que nadie se preocupa por ellos en este sentido.
La invitación de Jesús al letrado, es hoy también para nosotros: “anda, y haz tu lo mismo”.
Enrique Javier Sánchez López
Diácono Permanente de la Sagrada Familia