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9 de agosto de 2014

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El relato evangélico del domingo pasado (Mt 14,13-21) en el que Jesús aparece curando a los enfermos y dando de comer a la gente  y el de este domingo (Mt 14,22-33)  donde aparece andando sobre el agua y  saliendo al  encuentro de sus discípulos que estaban en una barca con dificultades, seguramente se transmitieron unidos y debieron de ser muy queridos por los discípulos por la cantidad de detalles, gestos, palabras, miradas, hechos concretos, símbolos… con que el evangelista Mateo lo va narrando. En la memoria colectiva de la primera comunidad, se grabó como algo inolvidable y nos remite a unos acontecimientos  con mucha verdad histórica.

Un Jesús que está cerca de la gente, que sale a su encuentro, que saca tiempo y lugar para orar a solas con el Padre,  que es sensible a las dificultades… Es todo un programa de vida cristiana y de vida de la Iglesia.

En el texto de la barca naufragando en el mar, con los discípulos temerosos y sin saber qué hacer, con Jesús que se acerca hacia ellos caminando sobre el agua, hay un claro contraste entre lo que es hacer las cosas por nuestra cuenta, sin contar con Él y lo que es abandonarse a sus manos y dejarnos guiar por Él. La cuestión es qué tipo de fe queremos vivir, cómo nos planteamos nuestra vida diaria de cristianos: lanzándonos en nuestro mundo (el mar) con nuestras fragilidades y debilidades por nuestra cuenta o lanzándonos con esas fragilidades pero contando con la cercanía de un Jesús que siempre está, que nos da seguridad y confianza a la hora de afrontar las tareas y las dificultades que estas llevan consigo.

La actitud de Pedro resulta, una vez más, sorprendente y aleccionadora para nosotros. Su entrega total al Maestro hace que cometa esa “locura” de lanzarse al agua sin saber muy bien lo que iba a pasar. Refleja muy bien sus dudas, su confianza ciega, sus miedos, sus carencias, sus vacilaciones, su amor incondicional. Creo que también en nosotros se producen muchas veces esos mismos sentimientos a la hora de seguir tras los pasos de Jesús. Su locura recuerda la de tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia se han lanzado y siguen lanzándose al mundo sin medir muy bien las consecuencias, pero confiados en la mano amiga del Maestro que está delante dispuesto a ayudarnos a salir del apuro.

Cada día de nuestra vida nos ofrece numerosas posibilidades de poner en práctica todo lo que el Evangelio nos propone para una vida cristiana más auténtica y contagiosa. Lanzarse como Pedro y guiados por Jesús, se puede traducir: en hablar con esa persona con la que no acabo de congeniar, hacer las paces con quien hemos tenido desacuerdos, defender a alguien con quien se está cometiendo una injusticia, colaborar con algún acto en servicio de la comunidad venciendo el miedo al qué dirán,  pacificar una discusión que puede acabar de forma violenta, prestar mi apoyo en una campaña solidaria, defender con respeto y firmeza los valores del evangelio….

En los evangelios de estos domingos veraniegos, la propuesta de Jesús de construir el Reino de Dios nos viene a estimular  y a refrescar en nuestras actitudes a veces adormecidas y vacilantes. Si de verdad afirmamos, con los de la barca, que Jesús es realmente el Hijo de Dios, nuestras vidas no corren peligro. La palabra ¡Ánimo! De Jesús, resuena fuerte en nuestros corazones. Las dudas, los miedos, las dificultades, que son tan humanas, se tornan con el Maestro en acicate para seguirle con más intensidad. Contamos para ello la inestimable presencia del Padre en nuestras vidas: “subió al monte a solas para orar”.

Fernando Marinas Jimeno  
Religioso Pavoniano