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10 de agosto de 2019

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Es una curiosa costumbre y cada vez más frecuente. Vas a tomar un café y la servilleta de papel te regala una frase del tipo “sé feliz en el día de hoy” o “la sonrisa es la línea curva que lo endereza todo”. Estoy por empezar a coleccionarlas, pues algunas son ingeniosas, pero la verdad es que me siento algo incómodo ante mensajes así. Me parecen demasiado “facilones” ante lo compleja y dura que puede llegar a ser la vida. El caso es que el otro día, mi servilleta de papel decía algo así como: “la vida es lo que pasa mientras haces otros planes”. Había escuchado la frase en alguna ocasión, pero no estaba seguro de su autor. Una rápida búsqueda en internet me confirmó la sensación de que nadie lo sabe a ciencia cierta, aunque parece ser que John Lennon, uno de los Beatles, la pronunció en algún momento, pasando a la historia por esta sentencia, además de por sus temas musicales.

Frases similares, más o menos profundas, repletas de matices o sin ellos, plasmadas no ya en servilletas de papel, sino en poesía, imágenes, pensamientos, músicas, reflexiones, experiencias, tradiciones culturales y religiosas…, expresan una inquietud, una pregunta, por lo que cada cual está haciendo con su vida. ¿Puedo decir a mis años que la estoy orientando correctamente? ¿Estoy enfocándome bien en lo que me hace crecer como persona? ¿Cuáles son mis prioridades en este momento vital? ¿Merece la pena aquello en lo que estoy gastando mis energías? ¿Qué va a quedar después de tantos esfuerzos? Preguntas que no son para planteárselas a diario, pero sí durante este tiempo de vacaciones y descanso, que puede ser propicio para tomar distancia de la rutina habitual y poner las cosas en su lugar.

El evangelio que escuchamos hoy nos ayuda a ello (Lucas 12, 32-48). Jesús nos habla de no tener miedo, de poner toda la confianza en Dios Padre, de renunciar a los bienes para compartir, poniendo todo nuestro frágil corazón en lo que realmente es un tesoro que nadie nos podrá quitar. Pero ¿cómo saber lo que es en verdad un tesoro para nosotros? Estoy seguro de que en estos tiempos de inmersión tecnológica, el tesoro de muchas personas es el móvil, o más en concreto, su batería. (“All you need is love and wifi”, decía aquella famosa frase digna de una servilleta) Para vivir así eternamente conectadas, mostrando sólo su lado bueno y amable o simplemente matando el aburrimiento. Con saturación de mensajes online y pobre comunicación offline. Otras personas se volcarán en lograr el bienestar personal a toca costa o en no perder el éxito económico y social, tal vez en conseguir el poder a pequeña o gran escala.

Para saber cuál es en verdad lo que funciona como un tesoro en la vida de cada cual no son suficientes las palabras bonitas; tampoco los sentimientos, ni las frases buenistas escritas en una servilleta. Habrá que revisar la agenda para comprobar qué es lo que más ocupa el tiempo: ese será el verdadero tesoro, por más que las palabras o los sentimientos digan otra cosa. ¿Es para ti un tesoro la amistad o la familia? Revisa si los tiempos que les dedicas son suficientes y de calidad. ¿No puedes pasar sin Dios? Comprueba si oras con frecuencia o sólo de vez en cuando. ¿Son importantes para ti valores como la solidaridad? Desempolva tus proyectos de realizar un voluntariado o colaborar en la parroquia. Ejemplos prácticos –se podrían añadir muchos más­– de cómo cuidar ese tesoro que llevamos entre manos y no debemos desperdiciar.

Cuidar el tesoro es una forma de estar vigilantes. “A la hora que menos penséis, viene el Hijo del Hombre”, escuchamos en el evangelio de hoy. Es decir, en cualquier momento y situación, en todas las etapas de la vida, sean buenas o malas, y no sólo en la muerte, viene Jesús a encontrarse con nosotros y seguir regalándonos lo que más importa: su amistad.

Cuentan que San Luis Gonzaga se encontraba jugando al billar con otros compañeros jesuitas, cuando uno de ellos le preguntó: “¿Qué harías si supieras que vas a morir dentro de poco? A lo que él respondió: “seguiría jugando”. La respuesta no podía ser más sabia. No necesitaba rezar más, despedirse o arreglar su habitación, simplemente vivir lo que tocaba en ese momento: encontrarse con Dios jugando al billar. Ojalá el descanso de estos días de vacaciones nos sirva de provecho para vigilar y cuidar lo que nada ni nadie nos podrá arrebatar.

Damián Picornell Gallar, Párroco de San Roque de Almansa