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8 de julio de 2017

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Todavía resuenan en nuestros oídos las consideraciones que Jesús hacía a sus apóstoles sobre el perfil del discípulo misionero. En el evangelio de este domingo se muestra Él. Él es el centro de nuestra motivación. Como discípulos enviados a la Misión nos hemos de ir acomodando a los detalles del perfil, sino que además hemos de asimilar de Él el modo, la manera, el cómo. Él es el modelo.

El profeta Zacarías ya nos introduce en el modelo. El no ve al Salvador de Israel, como un rey arrogante y opresor que lucha para alcanzar su victoria, sino como un Mesías justo y modesto, anunciador y constructor de la paz, que entra justo y victorioso en Jerusalén <<cabalgando en un asno, en un pollino hijo de borrica>> y es motivo de alegría y algazara para todo el pueblo.

Hoy el Señor viene a ti, a nosotros, justo y victorioso, humilde y sencillo, confundiendo los valores y esquemas sociales, manifestándose en la grandeza de lo pequeño, sencillo y humilde. ¿Cuándo tiempo perdido buscando rastros de Jesús en donde no está? ¿Cuántas energías gastadas para encontrar lo que no es? ¿Cuántas elucubraciones filosóficas y teológicas en las que no hemos llegado a Él? Volver a la vida, a lo sencillo, pequeño y humilde es la clave. <<Así te ha parecido bien>>.

A Dios lo encontramos en la alabanza, en un corazón agradecido que se abre a ese Tú que lo es todo para él, el Padre: <<Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado estas cosas a los sabios y entendidos y se la has revelado a la gente sencilla>>. Solo un corazón humilde que se ha dejado impresionar por la belleza de lo natural y pequeño hace posible el encuentro con Aquel que ha querido confundir la sabiduría y grandeza humana con la belleza de lo sencillo y humilde. Atraídos por las luces efímeras de la sociedad y la vida, vagamos sin rumbo, buscando la felicidad que no encontramos y el sentido donde no se encuentra.

Reconocer a Dios en la naturaleza y en las cosas pequeñas y sencillas requiere cambiar nuestra mirada y nuestro corazón. San Francisco supo acomodar su mirada y su corazón y descubrió a Dios con nitidez en la naturaleza y en las cosas pequeñas. Su vida fue una alabanza a Dios por lo sencillo y humilde; un cantico desde la creación. Cuando tomamos conciencia del reflejo de Dios que hay en todo lo que existe, – nos dice el papa Francisco en su encíclica Laudato si´- el corazón experimenta el deseo de adorar al Señor por todas sus criaturas y junto con ellas, como se expresa en el precioso himno de san Francisco de Asís: «Alabado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas,…>>.

¡Y qué verdad es! La alabanza modela y prepara el corazón para reconocer en lo pequeño y sencillo la grandeza de un Dios que se desborda, que se hace creación y se mira en ella. Jesús es el rostro humano de Dios, <<quien me ha visto a mí ha visto al Padre>> y en Jesús la divinidad de humaniza, la grandeza de Dios se manifiesta en el hombre Jesús que se presenta manso y humilde, que se ofrece como descanso y alivio en nuestra vida diaria. A él lo acogemos en la aceptación de su invitación: <<Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré>>. Él mejor que nadie sabe que estamos cansados y agobiados: los problemas, la familia, los hijos, el trabajo, etc… y de forma callada y silenciosa nos hace ver las cosas de otra manera, y nos motiva asumir las dificultades y cruces.

Y la alabanza se convierte en escuela de vida. ¡Qué cierto es! Cuando cambiamos nuestros esquemas, es como si las dificultades fueran más llevaderas. Jesús se hace Cirineo de nuestras cruces. La alabanza hace que nuestro compromiso con la vida, personas y creación sea real. Es ahí cuando tomamos conciencia de que no estamos solos, de que Él camina a nuestro lado y nos sostiene. Y es ahí, en ese momento cuando entendemos que <<su yugo es llevadero>> y nuestra carga ligera. ¡En cuántos momentos lo hemos experimentado en nuestras propias vidas! en esos momentos en los que hemos puesto nuestra confianza en Él, y nos hemos dejado caer en sus manos. Como el pastor que sosiega las inquietudes de sus ovejas y las hace descansar, Jesús buen Pastor nos introduce en su regazo para que descansemos en Él.

Él viene a nosotros manso y humilde, para hacernos partícipes de su victoria, para agrandar nuestro corazón y modificar nuestra mirada, de manera quepa en Él, en nuestro corazón, todo lo pequeño y sencillo y luzca en todo su esplendor la realidad iluminada por su luz. Qué hermoso es, Señor; ver las cosas como Tú las ves, apasionarse con los pobres, pequeños y sencillos como Tú te apasionas, comprometerse con la vida como Tú lo haces, y alabar a Dios como tú nos enseñas.

Luis Enrique Martínez Galera
Vicario general de la Diócesis