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1 de julio de 2017

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Hoy todo se compara y todo entra en un proceso de descarte. Estamos en un tiempo donde si haces una opción se te obliga a rechazar otras. El querer y optar por algo no te debe llevar a rechazar otras opciones. Todo nos debe llevar a crecer y madurar de manera progresiva en el amor Son muchas las cosas que no podemos elegir en la vida, y entre esas, está la familia en la que nacemos o en la que vivimos.

Estamos convencidos que el hombre no puede vivir sin amor. Sólo el que recibe y ofrece amor encuentra sentido a su vida.  Toda persona manifiesta y ofrece lo que es auténticamente humano en todos los sentidos de la vida, también en el de la familia. Esta es el primer lugar donde la persona es amada por sí misma, el hábitat natural humano.

En estos momentos en los que en la cultura dominante se nos valora por lo que tenemos: “tanto tienes, tanto vales”, es en la familia donde a las personas no se las quiere por lo que tienen, sino por lo que son: porque eres mi hermano, mi hijo, mi padre, mi madre…. La familia me ha sido dada como don y hemos de agradecer ese don tan grande.

Por eso, Dios nos hace valorar más nuestras familias, sabiendo que es la empresa más importante que tenemos que realizar en nuestra vida, y que hay que sacarla adelante con mucha más energía que todas las empresas que nos puedan aparecer. Dios nos lleva a la familia y por la familia debemos ir a Dios

El evangelio de este domingo (13 del tiempo Ordinario) propone, en fórmulas concisas, claves para conseguir este equilibrio entre estos amores: amor a los padres y el seguimiento de Jesús.

El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. Sería interminable recordar la cantidad de tonterías que se han dicho sobre al amor a la familia y el amor a Dios. El amor a Dios no puede entrar nunca en conflicto con el amor a las criaturas, mucho menos con el amor a una madre, a un padre o a un hijo. Como siempre, el error parte de la idea de un Dios separado, Señor y Dueño que plantea sus propias exigencias frente a otras instancias que requieren las suyas.

En el evangelio de Juan está muy claro: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Creer que puedo amar directamente a Dios es una quimera. Solo puedo amar a Dios, amando a los demás, amándome a mí mismo como Dios manda. Jesús no pudo decir: tienes que amarme a mí más que a tu Hijo.

El evangelio nos habla siempre del amor al “próximo”. Lo cual quiere decir que el amor en abstracto es otra quimera. No existe más amor que el que llega a un ser concreto. Ahora bien, lo más próximo a cada ser humano son los miembros de su propia familia. La advertencia del evangelio está encaminada a hacernos ver que desplegar a tope esos impulsos instintivos, no garantiza el más mínimo grado de calidad humana. Pero sería un error aún mayor el creer que pueden estar en contra de mi humanidad. Aquí está la clave para descubrir por qué se ha tergiversado el evangelio, haciéndole decir lo que no dice.

El evangelio quiere decir, que el amor a los hijos o a los padres puede ser un egoísmo camuflado que busca la seguridad material o afectiva del ego, sin tener en cuenta a los demás. El “amor” familiar se convierte entonces en un obstáculo para un crecimiento verdaderamente humano. Ese “amor” no es verdadero amor, sino egoísmo amplificado. No es bueno para el que ama con ese amor, pero tampoco es bueno para el que es amado de esa manera. El amor surge cuando el instinto es elevado a categoría humana.

Un verdadero amor nunca puede oponerse a otro amor auténtico. Cuando un marido se encuentra atrapado entre el amor a su madre y el amor a su esposa, algo no está funcionando bien. Habrá que analizar bien la situación, porque uno de esos amores (o los dos) está viciado. Si el “amor a Dios” está en contradicción con el amor al padre o a la madre, o no tiene idea de los que es amar a Dios o no tiene idea de lo que es amar al hombre. Sería la hora de ir al psiquiatra. ¡A cuántos hemos metido por el camino de la esquizofrenia, haciéndoles creer que, lo que Dios les pedía, era que odiara a sus padres!

Decimos con frecuencia, que amar es dar. Pero ¿Qué es dar? Dar es amar en plenitud

Jesús no exige nada a sus seguidores. Va por delante, marcando el camino.  PAZ Y BIEN.

Fray José Arenas Sabán
Superior y Párroco de los Franciscanos