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29 de junio de 2019

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Seguro que muchos al leer el título han completado en su mente la frase: “en la riqueza y en la pobreza, en la salud y la enfermedad…”. Una fórmula del consentimiento matrimonial que abre las puertas a una vida en común. Preparando en alguna ocasión moniciones para bodas de amigos he reflexionado sobre esta frase. Es una frase preciosa llena de contenido profundo, pues hace referencia a la voluntad de dos personas que quieren estar juntos para siempre. Y encierra en sí mucho más de lo que a simple vista puede parecer, es el compromiso individual de estar al lado de la otra persona pase lo que pase, sea bueno, muy bueno, malo o muy malo. Y no está en la mano de nosotros, no lo está completamente, que todo sea bonito, que todo sea como queremos, porque nadie elige la enfermedad o el paro pero existen, nadie elige la tristeza por la separación de un ser querido o la espera de que algo muy anhelado llegue. No, no todo depende de nosotros para ser felices, pero es aquí cuando tiene que hacerse más fuerte, más viva, esa frase. Es aquí cuando cada uno tiene que decirse a sí mismo: yo te elegí a ti, y te elegí para todo y para siempre. Coger el camino fácil cuando se atraviesa por un problema es negarse a uno mismo la posibilidad de buscar dentro de sí la solución, es negarse a la posibilidad de luchar con aquel que tenemos al lado.

Es cierto que no todo está justificado en los matrimonios y que hay muchas cosas difíciles de “pelear”, pero ¿no nos hemos acostumbrado en muchos ámbitos de la vida a ir eligiendo lo más fácil? En todo caso me permito citar una frase muy conocida de S. Ignacio de Loyola: “En tiempo de desolación nunca hacer mudanza”. Porque cuando atravesamos momentos difíciles es muy complicado tomar decisiones con lucidez, con serenidad. Cuando nuestra vida está “patas arriba” nuestro interior y nuestra cabeza no están en mejores condiciones.

Es lo más fácil, al hablar de fidelidad y compromiso, tomar como ejemplo las uniones de pareja, pero la sociedad está llena de ejemplos en los que se viven estas actitudes, que dicho sea de paso, nacen de la libertad de cada uno. Es el caso de aquellos que optan por la vida de servicio a través de la vocación sacerdotal, religiosa o misionera. En ellos se vive la “renuncia” a muchas cosas pero siempre desde la generosidad y la alegría de vivir el camino elegido, fiándose siempre de Aquel a quien le dijeron un día que sí. Y también ellos atraviesan por momentos de soledad, por momentos de angustia y sufrimiento, pero son fieles a sí mismos y a la vida que un día eligieron después de mucha reflexión y discernimiento.

Todo lo anterior se resume en una palabra: vocación, al matrimonio o al servicio vivido en los demás. Pero cada uno de nosotros, aunque no vivamos ninguna de las realidades anteriores, tenemos una vocación. Por ejemplo profesional, tengo la inmensa suerte de trabajar en algo que me encanta, que disfruto, y a lo que creo que estoy destinada desde muy pequeña. La vida me ha ido “construyendo”, sin yo saberlo, para la enseñanza, que es mi profesión actual, pero disfruté y me comprometí de la misma manera, y con la misma ilusión, en mi anterior trabajo. Amar lo que haces te ayuda a superar dificultades, a vencer límites. Y qué decir de los médicos, de los abogados, educadores sociales… el trabajo que sea pero con dedicación, con entrega. Así lo hacen también las personas que no trabajan fuera de casa y que dedican su vida a la familia, y tantos y tantos voluntarios que dedican su tiempo a los demás.  

Pero también tenemos todos la “vocación humana”, la vocación de “ser”, y vivir, con el otro, la vocación de amar, que conlleva, a veces, la difícil tarea de ceder, de dialogar, de perdonar… y que en ocasiones significa renunciar a uno mismo. Pero con la enorme verdad de que “quien ama, vive”.

Son algunos ejemplos de cómo aquello que decidimos vivir nos condiciona la vida, pero en sentido positivo, porque lo elegimos desde la libertad, por ello no podemos hablar de renuncia, sino de vivir con vocación, con radicalidad y apostando por aquello que queremos. Aquí, y como luz para conseguirlo, se hace obligado mencionar a Santa Teresa de Jesús: “El camino no dura si no lo comenzamos con determinación… Importa el todo tener una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar”.