|

30 de junio de 2018

|

154

Visitas: 154

El Evangelio de este domingo es muy sugerente y actual. Lo que más me emociona del relato es que Jesús toma partido por las mujeres y se implica en sus historias personales. Pienso que el contacto con ellas no le dejó indiferente, y le hizo ahondar en su experiencia de un Dios que es ternura. 

Son dos milagros femeninos, de dos mujeres anónimas, enfermas y excluidas. El evangelista Marcos entrelaza el relato de la hemorroísa con el de la hija de Jairo. La relación entre ambas escenas evidencia la dignidad de la mujer. Se trata de la historia de una niña de doce años, que acababa de morir y una mujer adulta vencida por su sangre impura.

En la primera escena la mujer está enferma desde hace doce años. No conocemos su nombre porque los evangelios sólo la llaman la hemorroísa. Sus hemorragias son consideradas una impureza legal y esto le impide participar en la vida social, y en la oración. No puede ser tocada, ni tocar, porque contagiaría su impureza. ¿Qué es lo que siente esta mujer en su interior? Se siente herida en lo más profundo; siente que pierde su identidad femenina.

La hemorroisa desesperanzada va al encuentro de Jesús. Se acerca a escondidas a Él y le toca por detrás. La mujer tiene conciencia de haber infringido la ley, pero quiere comunicar a Jesús su deseo de vivir. Esta valiente decisión de tocar el manto con sus manos le abrió a una experiencia de amor sin límites. 

En el mismo momento que la mujer tocó la orla del manto de Jesús, su cuerpo estaba curado. Todo esto ocurrió, casi en silencio. Jesús advierte aquel toque delicado y femenino y siente curiosidad por saber quién es. La buscó con la mirada y la llamó ¡hija!Es la única vez, en los relatos de curación que Jesús llama a una mujer “hija”. Jesús hace caso omiso al miedo y al tabú de la impureza, y la libra de una cultura que rechaza a la mujer y su sexualidad.

La decisión de la hemorroisa de tocar a Jesús, nos enseña a todas, que a veces los miedos, leyes o tradiciones nos impiden correr el riesgo de tocar la vida, la realidad, dificultando que salga del otro la gracia salvadora que nos sane. 

Muchas mujeres viven hoy experiencias parecidas. Mujeres humilladas por sus heridas secretas que nadie conoce, sin fuerzas para confiar a alguien su «enfermedad», buscan ayuda sin saber dónde encontrarla. Se sienten culpables, cuando muchas veces solo son víctimas. La Iglesia e instituciones civiles de buena voluntad luchan contra estas esclavitudes con rostro de mujer. Es una realidad el tráfico de mujeres y niñas, víctimas de la trata con fines de explotación sexual; es una realidad que muchas de ellas menores, llevan solas su embarazo en situaciones precarias; son noticia las situaciones de abuso y maltrato que generan en la persona heridas profundas.Son historias personales que conocemos, y se entremezclan en nuestras vidas. Entonces ¿qué hacer? Estamos llamados a amar como Jesús. Podemos abrazar, bendecir, y cuidar con ternura la vida. 

La hemorroisa, no es una mujer pasiva, al contrario, al tomar la iniciativa de tocar a Jesús, hace brotar en él su fuerza sanadora, y lo confirma en su misión; le ayuda a alumbrar su ministerio. La fe de la mujer nos evoca también la fe de tantas mujeres apasionadas que hoy sostienen con su testimonio de vida a las comunidades cristianas, e inician en la fe a niños y adultos. 

En la segunda escena del Evangelio que estamos reflexionando, el jefe de la sinagoga le pide por su hija que se está muriendo. Jesús va con él y la multitud lo acompaña, apretándole por todos los lados. Jesús toma la niña por la mano y dice: “Talitá kum!” es decir: ¡Levántate! Ella se levanta. Jesús la devuelve a la vida. Le ofrece un camino de autonomía y de libertad. Lo mismo que hizo con la hemorroísa. 

Hoy la vida trata con dureza a muchas niñas y adolescentes, bien por la enfermedad, abandono, maltrato, o desamparo. Necesitan que alguien crea en ellas, les abrace sin prisas, y con ternura les diga: ¡Levántate! ¡Tú eres preciosa! ¡Confío en ti! ¡Me importa tu vida! Cuando la vida se hace difícil lo que necesitamos son palabras de bendición. 

El Evangelio de este domingo nos invita a ser coherentes defensores de la vida como Jesús.  ¡Qué bien si nos comprometemos a ser portadores de noticias de vida! 

María Luján Serrano
Salesiana de San Juan Bosco