+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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31 de marzo de 2012
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“Como Jerusalén con su traje festivo/ vestida de palmeras, coronada de olivos/ viene la cristiandad en son de romería/ a inaugurar tu Pascua con himnos de alegría”. Así canta la liturgia del domingo de Ramos, aclamando jubilosa al que viene como Rey de un reino singular, cuyos dominios son el amor y la paz. La gente alfombra el camino con sus vestidos, como si se tratara del rito propio de una entronización real, pero Jesús hace su entrada montado no en un brioso corcel, que hubiera sido signo de poder y de fuerza, sino en un borriquillo, el humilde trasporte de la gente pobre.
Mientras el pueblo sencillo le aclama espontáneamente, se trama en la sombra el complot para acabar con él. Unos días más tarde, Jesús se proclamará rey ante Pilato, mientras el pueblo pedirá a gritos que lo crucifiquen. Veremos con qué facilidad pasa el pueblo, tan manipulable por los poderes de turno, de las palmas a los pitos, de la aclamación al vituperio. Las palmas son signo de martirio y, a la vez, de victoria.
Y tras las escenas festivas que rememoramos en la procesión de los ramos, la liturgia, bruscamente, como lanzando un jarro de agua fría, nos pone delante la pasión. Y eso, como decía aquel verso de Machado, “es algo perfectamente serio”.
“Es algo perfectamente serio” porque fue totalmente real, y porque es la historia de nunca acabar: Al mártir por antonomasia, sigue la multitud casi incontable de los mártires de la fe de ayer y de hoy, la larguísima lista de los que, mientras unos triunfan, gozan y se enriquecen, otros son crucificados o víctimas de la explotación, la marginación o la droga. Con ellos también quiso Jesús identificarse. Cuando se tiene la vista afinada, enseguida se encuentra uno con el rostro doliente del Crucificado en miles de crucificados de ayer y de hoy.
Alrededor de los ramos andamos todos: Unas veces entre las victimas, otras, entre los curiosos, los indiferentes y los cínicos.
Podemos estar entre los que ríen de lo más sagrado, como aquellos que se mofaban diciendo: “¡A ver si viene Elías a libarlo!”.¿No estamos asistiendo a una constante caricatura contra la fe y la moral?
Podemos ser de los cobardes que huyen, como los apóstoles: -“abandonándole, huyeron”. De la crítica a un cristianismo triunfalista hemos pasado a un cristianismo vergonzante, timorato, contemporizador.
En esa gran procesión que recorre la historia, podemos ir también de cireneos y verónicas, que también hay personas, más de las que se cree, cuyas corazonadas diarias salvan al mundo de sus muchas bajezas.
Será bueno que el domingo de Ramos tomáramos la palma o el ramito de olivo; que lo lleváramos con arte, que es tanto como saber conjugar la paradoja de proclamar a un Rey que ha venido a servir o de anunciar una muerte que genera Vida, de un fracaso que florece en victoria. Porque, ya sabéis el comentario de Jesús ante los que pretendían acallar a la gente: “Si estos callan, hablarán las piedras”. Caminamos hacia la Pascua, seguros de que tras la cruz estallará el ¡Aleluya! de la resurrección.
Hay hoy quienes prefieren hablar de vacaciones de primavera en vez de hablar de Semana Santa. Incluso se dice que el reloj de la historia marca la hora del ocaso de lo religioso, de la descristianización, de la muerte de Dios en la conciencia de los hombres. Seguramente es así en no pocos casos. Pero también es verdad que muchos hombres mueren de consumismo, de vacío, de soledad, de sin-sentido, de desesperanza. Y también es verdad que otros muchos exigimos el derecho a cantar al que viene como Rey humilde; que nos apuntamos, aunque sea con temor y temblor, a la hondísima sabiduría de la cruz
“Ibas, como va el sol a un ocaso de gloria/. Cantaban ya tu muerte al cantar tu victoria / pero tú eres el Rey, el Señor, el Dios fuerte,/ la vida que renace del fondo de la muerte”, sigue cantando la liturgia del domingo de Ramos.