+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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24 de marzo de 2018

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Se abre la Semana Santa con la entrada de Jesús en Jerusalén. A primera vista parece una entrada triunfal: La gente echaba sus mantos al suelo al paso del borriquillo, mientras gritaba, agitando los ramos: ¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

Entra aclamado como rey, pero ¿qué clase de rey es? Mirémoslo montado en un humilde borriquillo, sin cortejo que lo siga, sin ejército que lo defienda, rodeado de gente sencilla. No entra en la Ciudad para recibir honores. Su corona va a ser de espinas, su trono, una cruz.

Jesús, que sabe lo que da de sí nuestro pobre corazón humano, no echa a volar las campanas del entusiasmo. Sabe con qué facilidad pasamos del aplauso al vituperio, lo pronto que cambia una veleta cuando el viento empieza soplar de otro lado. Las aclamaciones y los aplausos ¿no le sonarían como un ensayo de otro griterío – “¡crucifícale, crucifícale!”- del próximo Viernes Santo? ¿Encontraría hoy motivos para fiarse de nosotros?

Por eso, tras las aclamaciones y los ramos, la liturgia nos encara con el drama de la Pasión, que este año escucharemos en la versión de Marcos. Ante ella, ante el drama de la Semana Santa, no podemos quedarnos indiferentes, como simples y curiosos espectadores. Cada momento, cada gesto y cada personaje que interviene ha de hacernos reflexionar.

Me gustaron las pistas que ofrece un comentarista religioso para meditar en los días próximos, quizás mientras escuchamos la lectura de la Pasión, mientras contemplamos los desfiles procesionales o cargamos, como costaleros, con el paso de nuestra Cofradía. Las ofrezco de nuevo, aunque sea repetitivo. Vale también para hacer un jugoso y práctico examen de conciencia:

“Si dejas que el miedo te amordace, o te haga traicionar a un amigo, o te quite la fuerza para defender tus convicciones más profundas… ¡ten cuidado! Te vas pareciendo a Pedro («No conozco a ese hombre que decís»)”.

“Si ves que otros intereses van pesando demasiado en tus decisiones, o te llegan a esclavizar hasta el punto de ser más fuerte que el amor… ¡cuidado! A Judas le pasó lo mismo («Uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo»)”.

“Si dejas que cambien tus ideas y convicciones, o si estás siempre en la comparsa del sol que más calienta; o si el domingo gritabas «¡Hosanna al Hijo de David!», y el viernes «¡crucifícalo!» … eres, por desgracia, como ese pueblo que se dejó manejar contra Jesús («Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás»)”.

“Si has probado ya el sabor del éxito, y te ha gustado hasta el punto de plegarte alguna vez al soborno, o de lavarte las manos dejando que pierda el inocente sólo porque es más débil, ¡piénsalo bien! No te olvides de Pilato («Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás, y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran’)”.

“O puede que, por el contrario, ¡quiéralo Dios!, te encuentres arrimando el hombro, costalero de todo el año, para hacer menos pesada la carga del que sufre. Y te des cuenta, de pronto, de que es a Cristo a quien estás ayudando a llevar su cruz, como aquel «Simón de Cirene». O que mientras limpias el sudor a un enfermo, o acompañas la soledad de un anciano, estás siendo como aquella «Verónica» que, según la tradición, rompió valientemente el cerco de los mirones y enjugó el rostro de Cristo cuando pasaba con su cruz”.

“No estés entre los que golpean, o entre los que se burlan, o entre los que primero deciden condenar a Jesús para después buscar pruebas en qué apoyarse (“Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús para condenarlo; y no lo encontraban”)”.

“Que estés de pie junto a la cruz como María, como Juan, como aquellas mujeres valientes; solidario con el débil crucificado, con el injustamente condenado, con el expulsado de su tierra, con el pobre… Pero no te quedes en simple espectador. Ante un drama de esta clase no cabe ser neutral”. Toma, de una vez, partido: o con Él, o contra Él. ¡Que sea con Él! (J. Guillén).