José Joaquín Tárraga
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4 de abril de 2020
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Como bien es sabido, la liturgia de este día contiene dos momentos diferentes. Por un lado, la entrada triunfal en Jerusalén, que tradicionalmente se hace con procesión y portando ramas de olivo y, por el otro, la lectura de la Pasión correspondiente a la liturgia de la Palabra dentro del templo. Este año, viviremos de una forma inusual este día. Lo haremos dentro de nuestras casas, sin ramos de olivos ni celebraciones públicas en calles y templos.
Pero seguiremos teniendo Pasión. Un relato, el de este domingo, que es pórtico a lo que viviremos en esta semana que hoy abrimos. Una semana para dejarnos iluminar por las historias humanas y personales que los relatos nos irán ofreciendo.
Historias reales que hoy siguen siendo vivas en tantos cirineos que están entregando su vida por salvar las de los demás. Cirineos, o también llamados vecinos, que no dejan a nadie solo y están pendientes de la persona más vulnerable o en riesgo. Historias, como esas mujeres de Jerusalén, que lloran desconsoladas el adiós del que amaban. Pilatos y Caifás, que se dedican a juzgar a diestro y siniestro pero sin involucrase en nada. Vidas de personajes como Pedro, envalentonado, que pronto huirá lleno de miedo. Centurión persona que, alejada de la fe, reconoce al Salvador. Judas buscando justicia y verdad por caminos que no llevan al fin deseado. José de Arimatea, nuevo cirineo que actúa en el silencio de la madrugada. Y, así, un largo etcétera.
Hoy, dejamos la entrada triunfante para otro momento. Nos quedamos con la pasión de tantos enfermos en residencias y hospitales, en casas o en el rincón más lejano de este mundo. Pasión de los que pasan el duelo en la soledad de su hogar. Pasión que será triunfo, en pollino prestado, de aquel que da lo que tiene, para que el Amor vuelva a triunfar en el mundo entero.