+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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4 de abril de 2009

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Se abre la Semana Santa con la entrada de Jesús en Jerusalén. A primera vista parecía una entrada triunfal: La gente echaba sus mantos al suelo al paso del borriquillo, mientras gritaba, agitando los ramos: ¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

La liturgia del día, tras la Procesión de los Ramos, que rememora el acontecimiento, nos encara a renglón seguido con la lectura de la Pasión. “Ibas, como va el sol / a un ocaso de gloria. /Ya cantaban tu muerte/ al cantar tu victoria”/, canta un inspirado himno.

Jesús, que sabe lo que da de sí nuestro pobre corazón humano, no echa a volar las campanas del entusiasmo. Sabe con qué facilidad pasamos de las palmas a los pitos, lo pronto que cambia una veleta cuando el viento empieza soplar del otro lado. Las aclamaciones y los aplausos ¿No le sonarían como un ensayo de otro griterío -“¡crucifícale, crucifícale!”- del próximo Viernes Santo? ¿Encontraría hoy motivos para fiarse de nosotros?

Ante el drama de la Semana Santa no podemos quedarnos indiferentes, como simples y curiosos espectadores. Cada momento de la Pasión, cada gesto y cada personaje que interviene en el drama ha de hacernos reflexionar.

Un comentarista religioso actual (J. Guillén) nos da unas pistas para meditar mientras escuchamos la lectura de la Pasión, mientras contemplamos los desfiles procesionales o cargamos como costaleros con el paso de nuestra Cofradía. Las ofrezco como un jugoso y práctico examen de conciencia.

“Si dejas que el miedo te amordace, o te haga traicionar a un amigo, o te quite la fuerza para defender tus convicciones más profundas… ¡ten cuidado! Te vas pareciendo a Pedro («No conozco a ese hombre que decís»)”.

“Si ves que otros intereses van pesando demasiado en tus decisiones, o te llegan a esclavizar hasta el punto de ser más fuerte que el amor… ¡cuidado! A Judas le pasó lo mismo («Uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo»)”.

“Si dejas que cambien tus ideas y convicciones, o si estás siempre en la comparsa del sol que más calienta; o si el domingo gritabas: «Hosanna al Hijo de David», y el viernes: «Crucifícalo»… eres, por desgracia, como ese pueblo que se dejó manejar contra Jesús («Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás»)”.

“Si has probado ya el sabor del éxito, y te ha gustado hasta el punto de plegarte alguna vez al soborno, o de lavarte las manos dejando que pierda el inocente sólo porque es más débil, ¡piénsalo bien! No te olvides de Pilato («Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás, y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran »)”.

“O puede que, por el contrario, ¡quiéralo Dios!, te encuentres arrimando el hombro, «costalero» de todo el año, para hacer menos pesada la carga del que sufre. Y te des cuenta, de pronto, de que es a Cristo a quien estás ayudando a llevar su cruz. Como aquel («Simón de Cirene»)”.

“O, mientras limpias el sudor a un enfermo, o acompañas la soledad de un anciano, piensas con razón que eres aquella «verónica» que, según la tradición, rompió valientemente el cerco de los mirones y enjugó el rostro de Cristo cuando pasaba con su cruz”.

“No quiero pensar que estés entre los que golpean, o entre los que se burlan, o entre los que primero deciden condenar a Jesús para después buscar pruebas en qué apoyarse («Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús para condenarlo; y no lo encontraban»)”.

“Quisiera, mejor, verte de pie junto a la cruz como María, como Juan, como aquellas mujeres valientes; solidario con el débil crucificado, con el injustamente condenado, con el expulsado de su tierra, con el pobre…”.

“Pero no te quedes en simple espectador. Ante un drama de esta clase no cabe ser neutral. Toma, de una vez, partido: o con Él, o contra Él. ¡Que sea con Él!”.

¡Que sea con Él! Porque en su muerte se gesta la Vida.