+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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19 de marzo de 2016

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]N[/fusion_dropcap]uestros pueblos y ciudades volverán a evocar, y quiero pensar que no sólo como folclore o incentivo turístico, los pasos de la Pasión de Jesús con la plasticidad y belleza de sus procesiones. En el ambiente recoleto de nuestros templos la liturgia actualizará sacramentalmente los acontecimientos centrales de la fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, misterios de muerte y de vida.

D. Bonhöffer, un hombre que vivió en carne propia la pasión y la muerte en un campo de concentración nazi, nos puede acercar al misterio de la Pasión y Muerte de Jesús, que evocaremos y celebraremos en la próxima Semana  Santa.

“Frente a la muerte podemos asumir una postura fatalista: “Dios lo quiere”, pero estamos obligados añadir otras palabras: “Dios no lo quiere”. La muerte pone en evidencia que el mundo no es como debiera ser, sino que tiene necesidad de redención. Sólo en Cristo está la superación de la muerte”.

Estas densas palabras de D. Bonhöffer, gran cristiano y gran teólogo, que murió por enfrentarse al nazismo, han sido comentadas por otros teólogos, cuyas reflexiones pueden resultarnos útiles para enriquecernos con la lectura de la Pasión, que escuchamos el domingo de Ramos. 

La narración de la Pasión es el texto más importante y provocativo de toda la Sagrada Escritura. Un texto donde podemos encontrar a un tiempo el dolor del mundo, con todo su bagaje de maldad y de muerte, y el secreto de Dios, su voluntad de reconciliación. Ahí se nos enseña que el mal del mundo sólo es vencido por la fuerza del amor: Un amor por el mundo que no abandona lo real para retirarse a los cuarteles de invierno, sino que vive y sufre la realidad del mundo en toda su dureza. El mundo desfoga toda su furia contra el cuerpo de Jesús, como lo ha desfogado contra tantos inocentes, pero él, solidario con los hombres, cargando con sus dolores y sus injusticias, perdona al mundo.

Dando un vuelco a todo pensamiento piadoso y justo, Dios se declara culpable frente al mundo y cancela así la culpa del mundo; iniciando él mismo el camino humillante de la reconciliación, absuelve al mundo. Dios responde por la impiedad, el amor por el odio, el santo por el pecador. En Jesús de Nazaret, el juicio que Dios pronuncia sobre el hombre es una sentencia de gracia (D. Bonhöffer).

Para acoger en profundidad el sentido de la narración evangélica de la Pasión, el autor citado evoca dos dimensione espirituales como antídoto frente a la desilusión, la impotencia o la pasividad que provocan el mal, el dolor y la muerte: Son la resistencia y la sumisión, que dan título a uno de sus luminosos escritos.

Sumisión no al dolor, sino al misterio de Dios, como hizo Jesús. La experiencia del dolor es siempre una provocación fuerte al sentido de la existencia. Pero Dios es la gracia de la esperanza. No me rindo al dolor, sino a Dios, a su vecindad, aunque parezca lejanía. Ello me salva de la desesperación, auque me sienta por dentro como un pobre abandonado. El secreto de la sumisión es que es fuente de confianza, de esperanza, de fortaleza. Lo que parece sumisión es, en realidad, una fuerza extraordinaria. Por eso, la sumisión engendra resistencia.

De la Pasión del Señor aprendió Bonhöffer a no rendirse al dolor, al sufrimiento, a la maldad, a la injusticia, sino a Aquel que da sentido a la existencia, porque es la esperanza de toda existencia, el atracadero de nuestro futuro.

Resume lo anterior un teólogo: “El dolor no debe buscarse por sí mismo, ni es necesario crearnos la ilusión de que, porque lo afrontamos, somos grandes y fuertes. La fuente de la resistencia al dolor es más profunda, es la sumisión al misterio de Dios, a la vecindad de Dios, a la esperanza que Dios asegura a nuestra vida en todas las situaciones, incluso en las menos inteligibles. Cuando el dolor es esta resistencia que nace de la sumisión, entonces quiere decir que el hombre lo ha mirado de frente y le ha dado un nombre, el nombre de la cruz de Jesús de Nazaret (G. Moioli).