Pablo Bermejo
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8 de noviembre de 2008
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Hace muchos años solía ir a misa con mi amigo Javi todos los domingos por la tarde. Pasado un tiempo, dejé de ir frecuentemente. De vez en cuando, Javi me contaba que la misa había estado genial porque el coro había cantado debido a alguna festividad. Yo pensaba que lo decía para picarme y que fuera más a menudo, además yo le decía que las celebraciones con coro duran bastante más.
Como a muchos les habrá pasado, mis inquietudes adolescentes desaparecieron al pasar los 20 años y con ellas mis energías para reservar a Dios una minúscula parcela de tiempo durante 30 minutos semanales. Varios años después, y recientemente, conocí a una chica que necesita ir a misa como fuerza reparadora. Después de misa, le gusta quedarse sentada un rato en oración (y ay de mí si oso interrumpir ese momento). Esa chica ahora es mi novia y me ha vuelto a contagiar la necesidad interior de acudir a misa semanalmente. Y lo disfruto más que nunca porque voy con ella, y parece que adquiere un sentido más amplio el momento de tomar la Común-Unión. A veces me dice: “La misa de los domingos tendría que ser 2 veces a la semana, porque el miércoles ya se nos ha olvidado”. Y es verdad que la sensación embriagadora al salir de misa dura poco, y conviene hacer el esfuerzo durante la semana por recordar qué fibra es esa que el sacerdote nos tocó durante el comentario del Evangelio.
Finalmente, no sólo ir con alguien que quieres te hace disfrutar más de la celebración, sino que hechos como que en la Parroquia a la que ahora voy a misa (San José) toca el coro todos los domingos, llena de una alegría especial esos cortos 30 minutos. El sacerdote y diácono de la Parroquia nos animan a cantar las canciones leyendo las letras de un proyector que han colocado a la vista de todos. Ya no tenemos excusa, y sin embargo pocos cantan. Yo, para disgusto mío, nunca me atrevo a cantar y casi sufro por dentro por no hacerlo. Mi novia sí canta de vez en cuando, y algunos asistentes cada vez cantan más fuerte. Decía San Agustín: “el que ora cantando, ora dos veces”. Yo añadiría que además disfruta el doble.
Hay muchos motivos para ir a misa. Comenzando por la necesidad personal, pasando por los que algunos llaman “deber”, y terminando por el simple hecho de disfrutar en comunidad con personas que, en el fondo y al igual que cada uno de nosotros, buscan un poco de luz y color en sus vidas.
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