Pedro López García

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12 de noviembre de 2022

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Este domingo, penúltimo del año litúrgico, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de los Pobres. Los discípulos de Cristo, buscando la belleza del rostro de Dios, estamos llamados a velar por la imagen divina deformada en el rostro de los hambrientos, los humillados, los refugiados, los enfermos, los pobres.

En la persona de los necesitados es el Señor mismo quien llama a nuestra puerta, nos saca de nosotros mismos y nos libera de nuestras esclavitudes. La Iglesia, guiada por el Evangelio, no sólo desea resolver los problemas de los pobres, sino que desea establecer con ellos una amistad verdadera, una comunión efectiva, una confianza plena.

Al liberar a los más pobres de las consecuencias del mal que les desdibuja el rostro y la sonrisa, se les pone en camino hacia la vida auténtica a la que todos estamos llamados: ver a Dios, entrar en comunión con Él. Los pobres tienen especial sensibilidad para descubrir la presencia del Señor, para orar, para escuchar el Evangelio, para confiar en Dios.

Precisamente en esta Jornada, el evangelio del día nos hace mirar hacia el futuro y hacia lo esencial. Nos recuerda que la historia camina hacia un final, hacia una conclusión cuando vuelva el Hijo del hombre revestido de gloria. Este final relativiza todo lo que vivimos en nuestro tiempo y todas las grandes obras de los hombres: “esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida”.

Y nos preguntamos: ¿qué es entonces lo esencial? ¿hay algo indestructible? Sí, Dios y las buenas obras. Todo lo demás es efímero, caduco, limitado y, más tarde o más temprano, se desvanece. Todas las bellezas y grandezas realizadas por la mano del hombre pueden ser destruidas por las guerras, las pandemias, los desastres naturales… y así se desvela, dramáticamente, lo relativo que es todo aquello en lo que ponemos desmesuradamente nuestro corazón.

Los discípulos le preguntan al Señor cuándo sucederá este final de la historia. En la respuesta de Jesús vemos una invitación a discernir los acontecimientos para no ser engañados por la mentira y por el mal; vemos, también, una invitación a estar preparados y acoger las dificultades, los sufrimientos, los cataclismos y las persecuciones que suceden y sucederán en todo tiempo como una llamada a la conversión.

Finalmente, Cristo Jesús nos llama a la confianza en él ante todos estos sucesos y ante el futuro de la humanidad. Esta confianza nos debe animar a la perseverancia en la fe, en la esperanza y en la caridad.

 

Pedro López García

Vicario Episcopal Levante