+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

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20 de septiembre de 2022

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]3[/fusion_dropcap]ª Catequesis PEJ22

Santiago de Compostela, 06 de agosto de 2022

 

1. ¡Qué bien se está aquí!

Juntos hemos recorrido algunas etapas del camino de Santiago. La Iglesia se define a sí misma como el Pueblo santo de Dios que está en camino. Los jóvenes sois parte de este Pueblo que camina en la historia. Es Dios mismo quien nos guía y acompaña. Él va delante abriendo el camino, va detrás sosteniendo a los cansados, y va en medio acompasando su paso a nuestro caminar. 

¿Cómo resumir lo vivido en esta peregrinación? ¿Qué contarás a tus amigos cuando regreses a casa? Aporto mi reflexión, que espero sintonice con las vuestras.

1.1. Hemos compartido camino

Hay que empezar por lo más evidente: hemos compartido camino. A algunos de los que han caminado con nosotros los conocíamos, pero la mayoría nos eran desconocidos. Compartiendo camino hemos comprobado que, al abrir nuestro corazón, brotaba en nosotros alegría y teníamos la sensación de conocernos de toda la vida. ¿Qué puede explicar que seamos tan semejantes? Quizá lo explique nuestra vida joven, nuestras inmensas ganas de vivir, pero también la fe en Jesús, presente en cada uno de nosotros, como una pequeña luz, que, al caminar juntos, se convierte en una gran hoguera. La luz de la fe se ve desde lejos e ilumina la vida. En estos días, por los caminos de Galicia, una caravana de jóvenes ha dado testimonio de fe y alegría a muchas personas. ¿Qué tendrán los jóvenes cristianos para vivir tan alegres?

1.2. Hemos compartido vida

En estos días otros jóvenes nos han abierto su corazón y nos han permitido entrar hasta lo íntimo de su casa con mucha delicadeza. De esta manera hemos podido otear el fascinante misterio que encierra cada vida humana. Cuando dejamos que Jesús entre en nuestra vida, el misterio humano se manifiesta como una zarza ardiente donde Dios muestra su esplendor. Dios busca la manera de dejarse ver, y en estos días ha dejado su rastro en confidencias, reflexiones, esperanzas y sueños compartidos. 

1.3. Hemos compartido espacios de esperanza

¿Qué son estos espacios de esperanza? Son espacios cargados de humanidad, lugares que abren una puerta al cielo, un puente entre las realidades cotidianas y el inmenso querer de Dios. Hemos vivido espacios de esperanza en momentos de fiesta y de oración, en tiempos dedicados a la reflexión y al trabajo compartido, en momentos donde reinaba el silencio y tiempos para la Eucaristía. Es posible que en estos días hayas sentido una llamada especial para hacer un mundo más humano, hayas escuchado la invitación para llevar alegría a un mundo entristecido, hayas notado dentro de ti una propuesta para crear fraternidad o una inspiración para hacer que Dios resuene en nuestros corazones jóvenes. Son espacios de esperanza.

1.4. Hemos recibido gracia tras gracia

Siempre es saludable reconocer lo que en la vida recibimos gratis: el amor, la amistad, el apoyo, el aliento. Es enriquecedor agradecer los dones y regalos que hemos recibido en estas jornadas caminando hasta Santiago de Compostela. Recuerda esa conversación profunda, o la palabra amable, quizá una mirada cariñosa, un gesto de ayuda, una palabra inspiradora. Recuerda el sacramento de la reconciliación donde has tocado la misericordia de Dios y la Eucaristía que alimenta nuestra fe. No olvides el deseo que ha calado en ti para entregar la vida por amor: “Da gratis lo que has recibido gratis”. Los primeros cristianos se decían unos a otros que “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch. 20, 35). Quizá lo hayas experimentado en estas jornadas peregrinando a Compostela.

1.5. Hemos recibido semillas de plenitud

Se han sembrado en nosotros semillas de plenitud. Las semillas de plenitud se nos han presentado a través de experiencias vividas, enseñanzas recibidas, sueños compartidos, llamadas al compromiso. Decimos que son semillas de plenitud porque abren nuestra vida a horizontes amplios y nos hacen mirar más allá de nosotros mismos. “Mejor déjate amar por Dios, que te ama, así como eres, que te valora y respeta, pero también te ofrece más y más: más de su amistad, más fervor en la oración, más hambre de su Palabra, más deseo de recibir a Cristo en la Eucaristía, más ganas de vivir el Evangelio, más fortaleza interior, más paz y alegría espiritual” (GE 161).

Resumiendo, podemos decir: ¡Qué bien se está aquí! Hemos estado a gusto, peregrinando hasta Santiago de Compostela y hemos tenido la suerte de participar en la PEJ-2022.

2. Monte Tabor. Experiencia de Transfiguración. 

Subir el monte Tabor es hacer camino hasta Dios. La lectura y escucha del Evangelio de Jesús nos ofrece otra perspectiva muy luminosa. El Señor cuenta con nosotros para despertar el mundo, de la misma manera que en su tiempo contó con el apóstol Santiago, quien también exclamó: ¡Qué bien se está aquí! Quizás lo recuerdes.

El Evangelio narra cómo en cierta ocasión Santiago, junto con Pedro y Juan, acompañó a Jesús hasta la cima del monte Tabor. Aquellos tres discípulos nunca olvidaron aquella peregrinación. Siempre recordarían que en el Tabor vivieron algo sorprendente, tuvieron una experiencia luminosa, que más tarde entendieron como una revelación de Dios. Así lo recuerda San Pedro muchos años después: “Él recibió de Dios Padre honor y gloria, y la gloria majestuosa hizo surgir ante Él una voz que hablaba así: ‘Este es mi hijo amado, en quien me he complacido’. Y esa misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos con Él en la montaña sagrada” (2 Pe 1, 17-18).

2.1. Detalles de esta vivencia. Fueron invitados por Jesús

La iniciativa para subir la montaña no partió de los discípulos sino del mismo Jesús. Todo partió de Jesús quien les pidió que subieran con Él hasta la cima del monte. El maestro quería rezar. La Escritura constata que Jesús gustaba de la oración. Esto llamó mucho la atención de los primeros discípulos, quienes afirman que Jesús rezaba, tenía necesidad de poner su vida ante su Padre Dios. Rezaba habitualmente y también rezó en momentos importantes de su vida: en el desierto en las tentaciones, en el momento del bautismo, cuando eligió a sus discípulos, en Getsemaní, en la cruz. Jesús buscaba momentos para orar; utilizaba gestos y palabras sencillas. Esto impactó en sus discípulos quienes le pidieron que les enseñase a rezar. Y les enseñó el Padrenuestro. Podemos rezar con unas palabras o con otras, incluso podemos rezar sin palabras, pero siempre rezamos el Padrenuestro, como Jesús.

Es posible que en muchos de vosotros haya grandes deseos para aprender a rezar. Quizá en estos días habéis dedicado algunos momentos a la oración. ¡Qué importante es la oración en la vida de un joven cristiano! Al rezar entramos en nuestro interior. En el interior no engañamos. Es en el interior donde encontramos nuestra verdadera identidad. En el exterior, podemos dar vida a un personaje, en el interior la persona es lo que es. Aprendemos a rezar poco a poco y aprendemos a rezar rezando. Quizás al inicio usamos muchas palabras y después escuchamos más, o, simplemente, escuchamos. Es cuando nosotros decimos sencillamente: “Habla Señor que tu siervo escucha” (1 Sm 3,9).

Necesitamos momentos de soledad. La oración en soledad permite que pasemos del ruido al silencio. El ruido no está solo fuera, también está dentro de nosotros. En nosotros hay un ruido permanente que distorsiona nuestro escuchar, y nuestro ver. Sin el silencio se nos escapa lo esencial. Estamos muy necesitados de momentos de silencio.

2.2. Palparon el corazón de Dios…

Y aquellos discípulos que subieron al Tabor escucharon estas palabras luminosas: “Este es mi Hijo amado, escucharle”. Estas palabras son una revelación. Y decimos que son una revelación porque es Dios mismo quien se muestra, quien se comunica, quien se presenta como un misterio inefable. Aquellos discípulos en el Tabor se encontraron con el misterio fascinante de Jesús, en quien Dios se muestra en plenitud, y así palparon el corazón de Dios. Se acercaron al misterio entrañable de amor que es Dios mismo y a partir de ese momento ya no supieron vivir sin Él.

También a nosotros nos puede ocurrir lo que dice este texto evangélico que ocurrió con los discípulos de Jesús. “Se llenaron de alegría y cayeron rostro a tierra asustados”. Cuando rezamos, en unas ocasiones exclamaremos con alegría ¡qué bien se está aquí! y en otras ocasiones caeremos rostro en tierra llenos de sentimientos de indignidad, porque nos sabemos débiles, indignos, nos vemos llenos de necesidades. Estamos llenos de amor, pero nos sabemos indignos.

2.3. Discípulos y testigos en medio del mundo

Recordamos que el relato del evangélico no acaba en la cima del monte. Jesús y sus discípulos bajan al valle. En el valle está la vida cotidiana, con sus problemas y oportunidades. Pedro proponía hacer tres chozas en la cima del monte. San Efrén dice que “la Iglesia debe poner sus chozas no en la cima sino en la llanura”. Hay que ser discípulos y testigos en medio del mundo. Hay que regresar a la llanura, es decir, hay que volver a la vida cotidiana. Jesús conoce nuestras dificultades y nos dice: ¡No tengas miedo! Estas palabras no son una orden, sino que nos ofrecen una palabra sanadora: son palabras de consuelo.

3. Dios te ama. Un descubrimiento feliz y transformador.

El mensaje que aquellos discípulos recibieron es el mismo que recibimos nosotros en estos momentos. La fiesta de la Transfiguración nos hace recordar la importancia ante todo de Dios en nuestra vida, pues Dios es siempre una luz nueva y es un misterio de amor. No hay nada tan luminoso como el amor de Dios.

3.1. El sorprendente amor de Dios

“Ante todo… Dios te ama. Nunca lo dudes, más allá de lo que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia, eres infinitamente amado” (ChV 112). Estas palabras, del papa Francisco a los jóvenes en Christus Vivit, calan profundamente en nuestros corazones, nos dan aire, nos estimulan en la vida. Pero hay que reconocer que dejarse querer no es tarea fácil.

Déjate querer. Déjate querer por Dios. Nunca olvides que eres infinitamente amado por Dios. Él te tiene sujeto con cuerdas de amor (Os 11, 4); te ha prometido amor y fidelidad eternas (Jr 31, 3). Di desde lo profundo de tu corazón: “¡Qué bueno es el Señor!” (Sal 34, 9).

El amor de Dios es un amor que no aplasta, es un amor que no margina, que no se calla, un amor que no humilla ni avasalla. Es un amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que cura y que levanta. El amor del Señor que sabe más de levantadas que de caídas, de reconciliación que, de prohibición, de dar nueva oportunidad que de condenar, de futuro que del pasado” (ChV 116).

3.2. Dios da siempre el primer paso

Dice el evangelista san Juan que: “Es Él quien primero nos amó” (1 Jn. 4,19). En el origen de nuestra existencia está Dios como una fuente de amor. Con su amor desbordante, Dios da siempre el primer paso, y nuestra mejor actitud consiste en acoger su amor, es decir, en dejar que venga su amor a nosotros y a nuestro mundo. Tenemos el ejemplo de María que acogió al Señor en sus entrañas y lo regaló al mundo como salvador.

Dios da siempre el primer paso. Nosotros vamos después respondiendo al amor con amor. La fe es una respuesta de amor a un amor recibido. La vocación es una respuesta de amor a una llamada de amor. De esta manera, si en algún momento de la vida nos extraviamos, debemos saber que Él sale en nuestra búsqueda porque nos ama. Si nos equivocamos, nos alienta saber que Él espera nuestro regreso porque nos ama. Si nos hundimos por el peso de los problemas, debemos saber que Él siempre nos da la mano para sacarnos a flote porque nos ama.

4. Bajar del Tabor hasta el valle

Hemos venido a Santiago de Compostela dejando nuestras ocupaciones cotidianas y pronto volveremos a ellas. ¿Qué podemos llevarnos para nuestras casas? A la vez que respondemos a esta pregunta, releemos las palabras del Papa Francisco en la Exhortación Christus Vivit.

4.1. Te cuento lo que he visto y oído

Jesús nos envía a todos porque el Evangelio es para todos. A vosotros, los jóvenes, el Señor os envía a anunciar el Evangelio de manera especial a vuestros propios compañeros.

El Papa Francisco nos dice en Christus Vivit 177, estas palabras que indican envío: “El Señor nos invita a ir sin miedo con el anuncio misionero, allí donde nos encontremos y con quien estemos, en el barrio, en el estudio, en el deporte, en las salidas con los amigos, en el voluntariado o en el trabajo, siempre es bueno y oportuno compartir la alegría del Evangelio. Así es como el Señor se va acercando a todos. Y a vosotros, jóvenes, Dios los quiere como instrumentos para derramar luz y esperanza, porque quiere contar con vuestra valentía, frescura y entusiasmo” (ChV 177).

Al regresar a casa, quizá sea bueno que contéis lo que habéis visto y oído, sobre todo lo que habéis vivido. El testimonio cristiano se concreta en el ejemplo de nuestra vida, pero también en la claridad de nuestras palabras. “¿Por qué no hablar de Jesús, por qué no contar a los demás que Él nos da fuerzas para vivir, que es bueno conversar con Él, que nos hace bien meditar sus palabras?” (ChV 176).

Y también contar que habéis experimentado lo importante que es una comunidad cristiana. En la Iglesia nace nuestra fe, recibimos el anuncio, celebramos el misterio de Dios, nos comprometemos con la misión, en definitiva, crecemos dentro de esta Iglesia. Si perdemos a la Iglesia perdemos a Jesús.

Encontrarse con Dios va de la mano con el crecimiento del amor fraterno, con la vida de comunidad, con el servicio a los demás. En estos días hemos caminado juntos como jóvenes cristianos, hemos hecho comunidad. Ese caminar juntos es una enseñanza para llevarnos a casa. En la comunidad cristiana nos necesitamos todos. También el resto del Pueblo santo de Dios necesita del testimonio de los jóvenes cristianos que enriquecen la comunidad con su vida, presencia y alegría.

4.2. Vocación. Desplegar la vida desde la propia vocación

Solo el amor responde al amor. “Porque la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno” (ChV 252).

Nuestra vida debe estar bien asentada en Dios. La vocación es el regalo que Dios nos da junto a la vida. Recuerda las impresionantes reflexiones del profeta Jeremías cuando pone en boca de Dios estas palabras: “Yo te elegí antes de que nacieras” (Jer 1,5). Si nos dejamos inspirar por el profeta tendremos que reconocer que en nuestras entrañas más profundas esta dibujada nuestra vocación. En este sentido se entiende bien la expresión del papa Francisco: “Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo” (EG 273). Acercarse y tocar estas entrañas permite descubrir y acoger la propia vocación. Dios tiene un hermoso plan para nosotros. ¿Lo has descubierto?

4.3. Déjate acompañar. Consejo de la experiencia

En el camino que recorremos nos van acompañando muchas personas: Nuestra familia, los amigos, educadores, sacerdotes. Déjate acompañar.

Jesús acompañó al apóstol Santiago. Jesús caminaba por las aldeas sanando, enseñando los misterios del Reino, proponiendo parábolas llenas de pedagogía, trayendo alegría y esperanza a los corazones de los pecadores y de los pobres. Jesús es un maestro que entiende la debilidad de sus discípulos, se sienta a la mesa de los pecadores, siente compasión con quien sufre, enseña desde la cercanía.

4.4. El camino hacia Emaús. Metodología de Jesús

El relato de Emaús narra la manera de hacer de Jesús. Este relato cuenta la historia de dos discípulos que, tras la muerte de Jesús en cruz, se marchan de Jerusalén frustrados y abatidos. Jesús sale a su encuentro en el camino. Lo primero que hace es escuchar. Jesús podía haber dicho a aquellos discípulos cosas sensatas, incluso podría haberlos mandado que diesen media vuelta porque en Jerusalén se estaba cambiando la historia. No, Jesús no habla, sino que escucha; deja que se expresen y que busquen palabras para describir lo que llevan en su corazón. Una vez que han hablado, Jesús establece un diálogo sobre su tristeza, y les ilumina, “abre el entendimiento”, con la Escritura. Cerca ya de la aldea, son ellos los que toman la iniciativa y ofrecen su hospitalidad y su mesa al peregrino. Y es ahí cuando reconocen a Jesús al partir el pan. Conscientes ya del fuego del Espíritu que ardía en sus corazones, se ponen de inmediato en camino de vuelta a Jerusalén. Y allí, en el seno de la comunidad, cuentan su experiencia de encuentro con el Señor resucitado. Hay encuentro, hay escucha, hay discernimiento. Eso es acompañar. Déjate acompañar.

4.5. Despertar el mundo con la santidad juvenil. Existe y es real

Solo Dios es bueno. Solo Dios es santo. Pero, cuando dejamos que su amor toque nuestro corazón, abrimos la puerta de nuestra casa a su Presencia, nos dejamos transformar por Él, entonces dejamos ver en nosotros rasgos de santidad.

Estamos llamados a despertar el mundo y solo lo podremos hacer con nuestra santidad. Un santo no es alguien raro y lejano. La santidad, tal como lo entiende el papa Francisco, es algo cercano a todos nosotros. Santos hay en nuestras familias, entre los vecinos, entre nuestros amigos, ciertamente, hay santos cerca de nosotros. Hay jóvenes santos. “Todos los fieles, cristianos de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Dios” (LG 11). La santidad es una llamada que Dios hace. “Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él, y no que se desgaste en imitar algo que no ha sido pensado para él” (GE 11).

“Pregúntale siempre al Espíritu que espera Jesús de ti en cada momento de tu existencia y en cada opción que debas tomar, para discernir el lugar que ocupa en tu propio corazón. Y permítele que forje en ti ese misterio personal que refleje a Jesucristo en el mundo de hoy” (GE 23).

La santidad cotidiana está cerca de nosotros. Tenemos la suerte de estar rodeados de jóvenes santos que son un regalo del Espíritu Santo y nos hacen ver la riqueza que es Cristo. 

Ante todo, Dios. No lo olvides. Dios te ama. El recuerdo de María nos estimula. “(Ella) vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…»” (GE 176).

Ángel Fernández Collado

Obispo de Albacete