Carmen Jiménez Tejada
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1 de junio de 2025
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Ya estamos en el mes de junio, y el calorcillo en las aulas de los institutos y colegios ya nos augura que estamos en el inicio del cierre de curso.
Los finales de curso siempre son motivo de estrés, de nervios. Y qué decir de nuestros chicos que se enfrentan al examen de acceso a la universidad… Nombrarlo en el aula es casi una tragedia.
¿Y no será que todo lo dejamos para después, generando prisas innecesarias? Las prisas nunca son buenas; las prisas son malas consejeras. No sé quién lo dijo por primera vez, pero tenía más razón que un santo.
Vivimos en una sociedad que da la sensación de ir siempre corriendo, presa de la ansiedad. Tenemos muchas cosas que hacer, nos comprometemos en mil asuntos, vamos siempre mirando la hora para no llegar tarde… ¡Nos falta tiempo! ¿Pero para qué me falta tiempo?
Me atrevo a decir que este estilo de vida no es evangélico. Dios no vive con prisas. Jesús estuvo treinta años de su vida escondido, oculto, en una vida sencilla, en un pequeño pueblo perdido en la inmensidad del gran Imperio.
Las prisas, la búsqueda del máximo rendimiento, nos hacen desconectar de realidades mucho más importantes como es parar y pensar: ¿cómo es nuestra relación con Dios?, ¿cómo son mis relaciones? ¿a qué dedico el tiempo?
La ansiedad frena la fe, y la falta de fe frena la obra de Dios. Es necesario recuperar esta mirada contemplativa. Pablo nos recuerda. “No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias”.
Lo decía el poeta Juan Ramón Jiménez: “¡No corras, vete despacio, que a donde tienes que llegar es a ti mismo!”. ¡Feliz verano! ¡Feliz descanso en Dios!