+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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14 de marzo de 2015
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos diocesanos:
Hoy, en vísperas de la solemnidad del Bendito San José y bajo su amparo, celebraremos, un año más, el día del Seminario. Por ser éste un acontecimiento que tiene una significación decisiva para la Iglesia, hemos de hacerlo nuestro cada uno de los diocesanos; en ello nos va, en buena parte, el futuro de nuestra Iglesia de Albacete.
Una de las más serias preocupaciones de nuestra Iglesia es la escasez de vocaciones. Gracias a Dios, nuestros sacerdotes, aunque son cada vez menos y con más años, siguen entregados a su misión sin plazos ni cálculos. Y lo hacen con alegría, siendo realistas, pero sin perder la ilusión.
La Iglesia albacetense ha enviado de manera ininterrumpida a algunos de sus sacerdotes como misioneros a otros países. Es una manera de vivir la comunión cristiana de bienes entre nuestras Iglesias. Ahora, para responder a las demandas de los diocesanos y asegurar la atención debida a nuestras parroquias, necesitamos recurrir ya a la ayuda de sacerdotes extranjeros, a los que agradecemos su generosa colaboración.
Sabemos que, en las últimas décadas, se han operado cambios culturales de profundas consecuencias en la sociedad, en las familias y en muchas personas. Probablemente todo eso tiene que ver mucho con la sequía vocacional que afecta a toda Europa. Resulta, en verdad, preocupante que la fascinación por el seguimiento de Jesús se haya ido desinflando en nuestra comunidades, que sean cada vez menos las familias que, por la escasez de hijos o porque se ha nublado en ellas el sentido de Dios, no sueñan con la alegría de entregar alguno de los suyos al servicio de la Iglesia.
A pesar de todo, no queremos resignarnos a aceptar que se haya agotado la generosidad, la ilusión y la capacidad de responder al Señor y de comprometerse con Él libremente y para siempre, porque Dios sigue llamando.
En el cartel que anuncia nuestra Jornada, encontramos, sobre un precioso mosaico en que aparece Jesús lavando los pies a Pedro, una leyenda expresiva y provocadora. Está tomada, en este año teresiano en que celebramos el V Centenario del nacimiento de la Santa, de una de sus poéticas letrillas. Dice así: “Señor, ¿qué mandáis hacer de mí?”.
El ser humano está hecho a imagen y semejanza del Dios uno y trino, que es don y relación en sí mismo. El hombre constitutivamente está, pues, hecho para la relación y el don, es un ser dialogal. Estamos llamados a relacionarnos, a comunicarnos, a amarnos; llamados también a escuchar a Dios, a preguntarle, a responderle. Todo, también el matrimonio, incluso la profesión, ha de vivirse como una vocación.
En Jesucristo, Dios ha salido a nuestro encuentro como Palabra viva. A medida que avanzamos en el camino del seguimiento de Jesús, hemos de preguntarnos para qué vivimos, qué proyecto tiene Dios sobre nosotros. Y sólo se es creyente de verdad cuando se acepta a Jesucristo como Señor de nuestra vida y, consecuentemente, cuando uno es capaz de preguntarle a pecho descubierto, en generosa disponibilidad, como santa Teresa de Jesús, “¿qué mandáis hacer de mí?”. La de Teresa era una disponibilidad que embargaba toda su persona y su vida: “Veis aquí mi corazón, / yo le pongo en vuestra palma: / mi cuerpo, mi vida y alma, / mis entrañas y afición. / Dulce Esposo y Redención/ pues por vuestra me ofrecí. / ¿Que mandáis hacer de mí?”.
Encontrar nuestro camino es encontrar el sentido de nuestra vida, nuestra misión en el mundo; es garantía de felicidad propia y de que nuestra vida será fecunda para los demás.
Jesús nos mandó pedir al dueño de la mies que enviara obreros a su mies (cf. Mt.9, 38). Tenemos que orar cada día, insistentemente, al Padre por quienes ya han acogido la llamada de Jesús y para que surjan nuevas vocaciones. Tenemos que lograr entre todos que florezcan las semillas de vocación que el Señor sigue esparciendo en el campo de la Iglesia. Vivir la vida como vocación ha de ser una propuesta insoslayable en las catequesis de niños, en los grupos de confirmación o en otros grupos juveniles. Y hay que incluir la posibilidad de la vocación presbiteral como un atrayente proyecto de vida y de futuro. Así lo han entendido ese esperanzador ramillete de jóvenes de nuestro Seminario que, como la flor del almendro, contra viento y marea, están dispuestos a seguir a Jesús entregando su vida al servicio del Evangelio y de sus hermanos. ¿No podríamos proponernos que no hubiera ninguna parroquia sin alguna vocación a la vida sacerdotal o religiosa?
Agradezco, en nombre del Señor, a todos los diocesanos vuestra oración y vuestra ayuda en favor de los seminaristas y del Seminario, que es corazón de la Diócesis.
Con mi gratitud, afecto y bendición.