+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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18 de marzo de 2011
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]A[/fusion_dropcap] la fiesta del bendito patriarca San José se ha unido, desde tiempo inmemorial, la celebración del Día del Seminario. Y cuando hablo del Seminario ya entendéis que no me refiero al edificio material, sino a la comunidad en la que, quienes han acogido la llamada de Jesús, se van identificando con él, madurando a fuego lento en el horno de la oración, el estudio y la vida comunitaria hasta su ordenación. Así nos imaginamos a Jesús, creciendo en edad, en sabiduría y en gracia en el hogar de Nazaret, bajo la mirada solícita de María y de José hasta el momento de iniciar su vida pública.
En la actualidad nuestra Diócesis de Albacete cuenta con seis seminaristas en estudios eclesiásticos. Les anima el alegre convencimiento de que el Reino de Dios es un tesoro que justifica cualquier renuncia, la firme certeza de que anunciar y servir el amor de Dios a los hombres es una tarea capaz de llenar el corazón con un gozo incomparable. “Todos los sacerdotes deben considerar al seminario como el corazón de la Diócesis y prestarle gustosamente su ayuda” nos dice el Concilio Vaticano II. Lo que se dice de los sacerdotes vale también para los fieles.
El descenso progresivo de las vocaciones sacerdotales, que viene teniendo lugar en las últimas décadas en los países europeos, es motivo de honda preocupación de los pastores y ha de serlo también para las comunidades eclesiales. Motivo de preocupación y, sobre todo, de oración, para pedirle insistentemente al Dueño de la mies que envíe operarios a su mies. (cf.Luc 10,2)
No vivimos tiempos fáciles para las vocaciones de especial consagración, como tampoco lo son para las vocaciones a la vida matrimonial. El materialismo envolvente insensibiliza ante los valores religiosos y valora las profesiones en razón de su rentabilidad económica. También las familias cristianas han hecho de la paternidad responsable una paternidad confortable al reducir la fecundidad a la mínima expresión. Añádase los escándalos promovidos por quienes tendríamos que haber sido modelos de identificación. Aunque hayan sido causados por un número mínimo, alardeados por los medios de comunicación han dañado gravemente la ejemplar generosidad de la mayoría de los sacerdotes que no son noticia.
“El sacerdote, don de Dios para el mundo” es el lema que enmarca la campaña del Día del Seminario este año. Aunque, como apuntaba antes, sólo salgan a relucir los casos desgraciados, en la media en que los files vivís una vinculación eclesial mayor sabéis que es verdad que el sacerdote es no sólo un admirable don para la Iglesia, sino también para el mundo. He constatado reiteradamente esta valoración, hecha cariño y gratitud, cuando he tenido que cambiar de destino a unos u otros sacerdotes.
El recordado Papa Juan Pablo II definió al ministerio sacerdotal como don y misterio. Don y misterioporque a través de nuestras pobres personas Jesucristo sigue ejerciendo su misión de pastor y guía de la comunidad; porque a través de nuestras manos pasa la gracia de Dios, sigue llegando a los fieles “el pan de la Palabra”, “el pan de la Eucaristía”, “el pande la misericordia y del perdón”, “el pan de la fraternidad y de la solidaridad con los pobres y necesitados”
En el próximo mes de agosto vamos a vivir en España un acontecimiento singular, “la Jornada Mundial de la Juventud”. Miles y miles de jóvenes de todo el mundo acudirán a la convocatoria de Benedicto XVI, como lo vienen haciendo desde que Juan Pablo II pusiera en marcha esta feliz iniciativa. De estos encuentros han brotado numerosas vocaciones no sólo para el ministerio sacerdotal, sino también para la vida consagrada. Algunos de aquellos jóvenes son hoy miembros de nuestra conferencia episcopal, como nos confesaba recientemente un joven obispo español. Rogad al Señor por el fruto de la JMJ. Quiera Dios que haya muchos jóvenes generosos que estén dispuestos a poner su vida a disposición de la Iglesia para que siga llegando la Buena Nueva a tantos jóvenes sedientos de sentido y de esperanza, rotos o vacíos, necesitados de ser sanados por la fuerza de la gracia de Dios.
¡Gracias de antemano a todos: sacerdotes, miembros de la vida consagrada, familias, catequistas, educadores, animadores de grupos juveniles por vuestro servicio de mediadotes para despertar la vocación! ¡Gracias a todos los que ofrecéis vuestra oración y vuestra ayuda material a favor del Seminario!