+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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20 de marzo de 2010

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]a fiesta de San José nos llega, cada año, como un oasis con sabor a familia en medio del desierto de la Cuaresma. El Santo Patriarca, además de modelo en que se han de mirar todos los padres, es el patrono y protector cuidadoso de los Seminarios, esa institución en que se forman los futuros pastores de nuestra Iglesias. Por eso, en torno a su fiesta, celebramos cada año el Día del Seminario.

Este año lo celebramos coincidiendo con el Año Sacerdotal, promulgado por Benedicto XVI para celebrar el CL Aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars. A ello hace referencia el lema de la Jornada: “Una vida apasionante. El sacerdote testigo de la misericordia de Dios”.

Os invito, en primer lugar, a dar gracias Dios por nuestros sacerdotes. “Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”, decía el Cura de Ars.

El sacerdote, en efecto, como representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, sin dejar de ser hermano con los hermanos, está al servicio de sus hermanos como mensajero del Evangelio, ministro de los sacramentos, animador de la caridad y promotor de la comunión eclesial. Somos, en definitiva, para quienes valoráis el don de la fe, servidores de vuestra alegría.

“Llevamos este tesoro en vasijas de barro”, decía San Pablo (2 Co, 4,7). Sentimos no estar, a veces, a la altura de lo que Jesús nos pide y vosotros merecéis. Por eso, necesitamos no sólo vuestra comprensión, sino también vuestro aliento fraterno y vuestra oración para que nuestra pobre vasija de barro sea vaso para quien tenga sed; lámpara para quien necesite luz. Que el testimonio de tantos sacerdotes que han vivido y viven desviviéndose por sus hermanos compense la fragilidad de otros.

“Don y misterio” era como definía el llorado Papa Juan Pablo II el sacerdocio. Es necesario que en nuestras familias se valore el ministerio sacerdotal como un don del Señor a la Iglesia y al mundo para que vuelvan a ser viveros de vocaciones.

Sabéis cómo en buena parte de nuestra vieja Europa, tan secularizada, estamos experimentando una fuerte sequía vocacional. Cada año que pasa contamos con menos brazos y más cansados por el peso de la edad. Por eso, necesitamos que los fieles cristianos laicos asumáis la corresponsabilidad inherente a vuestra condición de bautizados, que nunca debiéramos haber consentido que perdierais. Y necesitamos volver a despertar entre todos – familias, parroquias, catequistas y grupos apostólicos- la preocupación y la estima por las vocaciones al sacerdocio. El Señor, que prometió “dar pastores a su pueblo” quiere la colaboración de nuestra oración insistente y perseverante: “Rogad al dueño de mies que envíe obreros a su mies” nos sigue diciendo Jesús. Cada parroquia tendría que preguntarse desde cuándo no ha salido de ella alguna vocación sacerdotal.

Contamos en la actualidad con seis seminaristas mayores, que están viviendo su proceso hacia el sacerdocio con admirable generosidad, alegría y gratitud por haber sido llamados a este ministerio. Es un número demasiado modesto, pero son un signo de esperanza, que nos llena de alegría. No se sienten, os lo aseguro, el resto de un pasado que caduca, sino promesa de futuro para un mundo nuevo llamado a florecer.

A la vez que agradezco la entrega de nuestros misioneros en otras latitudes, agradezco la presencia de los hermanos de otros países que, en un movimiento de ida y vuelta, están empuñando con generosidad el arado pastoral en las tierras de nuestra Iglesia de Albacete.

Agradezco con toda el alma vuestra oración y vuestra ayuda material, tan necesarias. Seguid orando por los sacerdotes, para que seamos verdaderos pastores y evangelizadores en nuestros pueblos y ciudades, vendando corazones rotos, pregonando la liberación, consolando a los que lloran, proclamando la gracia y la misericordia de Dios nuestro Padre, como Jesús (cf. Luc 4,18.-20). Orad por las familias cristianas, para que se mantengan unidas por el amor y sean semilleros de vocaciones. Orad para que los niños y los jóvenes más generosos estén abiertos a la llamada de Dios. Orad por nuestros seminaristas, para sigan viviendo alegres por el don de la vocación y fieles a la llamada recibida.