+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

|

18 de marzo de 2017

|

99

Visitas: 99

Estamos haciendo el itinerario cuaresmal: Un tiempo fuerte de conversión y, por tanto, de renovación. La Cuaresma de este año es también un tiempo oportuno para intensificar nuestra participación en la Misión diocesana; para entrar, si todavía no lo hemos hecho, en la escuela del discipulado; para seguir a Jesús hasta la Cruz y exultar de gozo con su Resurrección.

Y cada año, en este camino hacia la Pascua, nos encontramos con la fiesta del bendito San José, patrono de los Seminarios, y, como consecuencia, con la celebración del Dia del Seminario.

Hablar del Seminario y de las vocaciones es dejar que resuene en nuestro corazón, con acento de urgencia, la invitación de Jesús al ver a la muchedumbre como ovejas sin pastor: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9, 37-38).

Sabemos y nos duele la sequía vocacional que vivimos en Europa. Son seguramente muchas las causas internas y externas que afectan de manera negativa a la realidad de las vocaciones, del ministerio sacerdotal y de la vida cristiana en general. Nada está exento de ser tocado por las nuevas tendencias culturales, éticas, estéticas, políticas y económicas presentes en nuestro mundo. El individualismo, el subjetivismo y la crisis de los conceptos de realidad y verdad están originado una metástasis a gran escala, que repercute también en la vida cristiana. El papa Francisco habla de un cambio de época. 

Pero precisamente porque vivimos en una época de desconcierto en muchos sentidos, se hace más urgente y necesario el anuncio del Evangelio. Y se hace más urgente y necesario contar con personas que lleven en sus manos, en su corazón y en sus labios la propuesta más portadora de sentido y de felicidad para el hombre y el mundo. Porque la propuesta del Evangelio no es el residuo de un pasado que caduca, sino la más verdadera promesa de futuro, garantizada por la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Siempre que los hombres han pretendido construir el mundo sin Dios o contra  Dios, han acabado construyendo un mundo contra el hombre.

No es tiempo, sin embargo, para el desánimo ni el pesimismo. Lamentarse porque estamos viviendo un tiempo de otoño eclesial es no reconocer que los tiempos los da Dios, y que, tras el otoño y el invierno, siempre vuelve la primavera.

Sois todavía muchos los cristianos y cristianas laicos, que, sin renunciar a vuestra presencia y compromiso en el mundo, estáis dispuestos a arrimar el hombro para que el Evangelio de Jesús siga siendo anunciado, para que la fe siga siendo celebrada y el dinamismo de la caridad siga llegando como una caricia a los pobres y necesitados. Son muchas las tareas eclesiales que no son exclusivas del presbítero.

Lo anterior no quita para que sigamos afirmando que el ministerio del presbítero es imprescindible en la Iglesia. Por eso, hemos de intensificar nuestra oración y nuestro empeño para que sigan surgiendo vocaciones a este ministerio. Hemos de promoverlo los presbíteros con nuestra vida alegre y entregada, invitando a los jóvenes más generosos, de manera personal o en los diversos encuentros de oración y reflexión, a tomar en consideración esta posibilidad. Lo han de hacer las familias cristianas, los catequistas y responsables de grupos. Lo debemos de hacer todos los que nos sentimos miembros vivos de la Iglesia. Y hay que hacerlo con la certeza de que ser llamado por el Señor es una gracia singular; que ser sacerdote es un camino de realización admirable. Una gracia que hay que suplicar insistentemente al Señor.  

El lema del Dia del Seminario de este año -“Cerca de Dios y de los hermanos”- quiere poner de manifiesto lo que es tarea esencial del ministerio. El sacerdote, como sacramento de Cristo Pastor, necesita estar cerca del Dios que es amor y cerca de sus hermanos los hombres. Lo primero lo logra con el encuentro filial, de corazón a corazón, con nuestro Padre Dios, luz que ilumina y arrebata; lo segundo, la cercanía con los hermanos, lo realiza mediante la caridad pastoral, encarnando en sus entrañas las entrañas de Cristo Buen Pastor. Ambas dimensiones se alimentan y enriquecen mutuamente

El sacerdocio sigue siendo, como se ha dicho, un «bien ecológico», es decir, una bendición de Dios para la humanidad, una gracia inmerecida, un regalo preciado a su Iglesia… pero, al mismo tiempo, sigue siendo un bien escaso, un ministerio con plazas disponibles, no porque el Señor haya dejado de llamar, sino porque el hombre hace oídos sordos a la invitación que Dios le hace. 

Permitidme que, a la vez que os agradezco vuestra oración y vuestra ayuda a favor del Seminario, exprese mi admiración y gratitud a nuestros seminaristas. Proceden de la catequesis parroquial y de la Universidad, algunos con carreras civiles terminadas. Aunque son pocos, proclaman con alegría que vale la pena poner la vida a disposición del Señor en la Iglesia; son signo elocuente de que el Señor sigue llamando y de que, entre los jóvenes, no se ha agotado la capacidad de responder. Orad por ellos.