+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
|
17 de marzo de 2018
|
148
Visitas: 148
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos diocesanos:
Hoy, Domingo V de Cuaresma, domingo más próximo a la solemnidad de San José, celebramos, un año más, el Día del Seminario. Es un Día para insistir en la importancia del Seminario y en la necesidad de contar con vocaciones para la vida sacerdotal; para orar por los seminaristas, pidiéndole insistentemente al Señor que “envíe obreros a su mies” (Lc 10,2). Le va mucho a nuestra Diócesis en ello.
Cuando hablo del Seminario no me estoy refiriendo al edificio material, sino al grupo de jóvenes que, en el Seminario, a lo largo del proceso formativo, van madurando a fuego lento en el horno de la convivencia, del estudio, de la oración y de la forma de vida apostólica, hasta su ordenación presbiteral, para volver luego a los lugares de la Diócesis donde serán enviados por el Obispo con el empeño de prolongar la presencia de Cristo Buen Pastor entre los fieles.
Nuestra Diócesis cuenta con nueve seminaristas que, por el reducido número de los mismos y sin perder la conexión con nuestra Iglesia de Albacete, se forman juntamente con los seminaristas de Orihuela-Alicante. Os aseguro que intentan vivir su vocación con la certeza de que lo suyo no es el resto de un pasado que caduca, sino una apuesta ilusionada de futuro. No están en el Seminario buscando un modo de vida –es frecuente que entren en el Seminario con carreras civiles terminadas-. Les anima la alegre convicción de que el Reino de Dios, que Jesús anunció e hizo presente en su vida, es un tesoro que justifica cualquier renuncia. Anunciar y servir el amor de Dios a los hombres es capaz de llenar el corazón con un gozo difícilmente imaginable desde fuera. Pero son demasiado pocos para las necesidades cada vez mayores de una Diócesis que, por puro proceso de envejecimiento, verá reducidos sus efectivos sacerdotales, en pocos años, a casi la mitad.
No son los nuestros tiempos fáciles para las vocaciones a la vida sacerdotal ni a la vida consagrada en general. Muchas familias, antes numerosas en hijos, han hecho de la paternidad responsable una paternidad confortable, hasta reducir la fecundidad a su mínima expresión. Por otra parte, el materialismo actual insensibiliza ante los valores religiosos, y valora las profesiones en razón de su rentabilidad económica. Se ha hecho incluso creer a los jóvenes en que todavía arde la brasa de sensibilidad religiosa que el hombre, tan cambiante él, es incapaz de compromisos definitivos, a los más, compromisos temporales, como los matrimonios a prueba o por un tiempo. Pero la verdad es que el compromiso definitivo es lo que confiere peso y generosidad a cualquier entrega ante Dios o ante los hombres. Las vidas realmente fecundas, en que el amor no está sometido a cálculos o condiciones, ni a la ley de la oferta o la demanda, son las que se dan de una vez para siempre.
Hace poco más de un año que nuestra Diócesis se embarcó en la Misión Diocesana. Pretendemos ser, como la Iglesia de la primera hora, una Iglesia misionera. Por eso, necesitamos jóvenes con vocación de entrega y de servicio, dispuestos a darlo todo. Y hacerlo con una fe vivida sin arrogancia, pero con alegría irradiante capaz de contagiar la esperanza que en Jesús alumbró para todos los hombres.
Precisamente el lema que inspira el Día del Seminario de este año es “Apóstoles para los Jóvenes “, en sintonía con la preparación del Sínodo de los Obispos del próximo mes de octubre sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Esperamos que el Sínodo, para cuya realización y orientación se ha recabado la opinión de muchos miles de jóvenes de todos los países, ofrezca orientaciones oportunas para promover la apertura a la fe de los jóvenes y que ayude a que éstos se planteen un verdadero discernimiento vocacional para ver qué quiere Dios de ellos.
“Dios cuida de los hombres a través de otros hombres” decía la dedicatoria, escrita en una Biblia, que un amigo regaló a un seminarista al poco de entrar en el Seminario. Han sido ciertamente muchas las personas que han cuidado de nosotros a lo largo de nuestra vida, empezando por el cuidado amoroso de nuestros buenos padres.
Jesús eligió a un grupo de discípulos y les invitó a seguirle, les acogió en su compañía, les abrió el corazón, les contagió su solicitud por los pobres y los enfermos, les fue dando a conocer todo lo que Él había recibido de su Padre. Les llamó “para que estuvieran con Él y para enviarles a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios” (cf. Mc 3,14). Esa misma historia se repite en cada joven que entra en el Seminario.
Queridos diocesanos: Una de las señales que acreditan más claramente el amor e interés de un cristiano por su Iglesia se manifiesta en su oración y su preocupación para que no falten en la misma quienes continúen el servicio apostólico, haciendo presente a Jesús Buen Pastor, que reúne y alienta, que conduce y orienta, que parte el Pan de la Palabra y de la Eucaristía, que da la vida por sus ovejas.
Orad por la fidelidad de los seminaristas a su vocación; para que la llamada del Señor encuentre eco en el corazón de muchos jóvenes; para que éstos entiendan que cuando se descubre el rostro fascinante de Jesús, su seguimiento no es carga, sino canto, fiesta, bienaventuranza.
Aunque la vida en el Seminario trascurre de manera sencilla y austera, algunos de nuestros seminaristas proceden de familias económicamente modestas y necesitan ser ayudados. La colecta de las misas del Día del Seminario será destinada al mantenimiento del Seminario y a la formación de los seminaristas. ¡Gracias por vuestra oración y por vuestra generosidad!
Con mi afecto y bendición.