+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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17 de octubre de 2015

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos diocesanos:

Cada año, en el tercer domingo de octubre, celebra la Iglesia el día del Domund. Decía yo el año pasado que se trata de una fecha tan señalada que, a pesar de repetirse, mantiene todo su brillo. Así es.

El Domund de este año está impregnado y traspasado, como lo han de estar todas las actividades eclesiales, por la feliz iniciativa del Papa Francisco, que ha querido promulgar el “Año de la Misericordia”.

La misericordia es el rostro compasivo de nuestro Dios, que ha tomado carne en Cristo para acercarse a nuestras miserias materiales y espirituales; para cargar con ellas; para ofrecernos la salvación, levantándonos hasta la dignidad de hijos de Dios.

En la misericordia se revela, pues, la identidad de nuestro Dios, que es amor. En la misericordia se ha de revelar también la identidad más genuina de nuestra Iglesia como hogar cálido en que cada persona puede sentirse acogida, encontrar una nueva familia, vivir la Buena Nueva del Evangelio.

Y esa es también la identidad de los misioneros. Ellos son esos hermanos que hacen realidad visible lo de “una iglesia en salida” hasta las periferias físicas y espirituales de nuestro mundo. Ellos acompañan con amor y paciencia el crecimiento integral de las personas, compartiendo su vida día a día.

Donde hay un misionero alumbra la esperanza. Cada misión es lugar de anuncio del amor de Dios, manifestado en Cristo como Buena Noticia para todos, pero muy especialmente para los pobres. “La pasión del misionero -dice el Papa Francisco- es el Evangelio que es fuente de alegría, de liberación y de salvación para todos los hombres”. Como consecuencia de lo anterior, cada misión es como un pequeño polo de desarrollo integral para las personas de su entorno. Se ha dicho que el misionero evangelizando promociona, y promocionando evangeliza. Así es. Algunos hemos tenido la gracia de constatarlo reiteradamente y de primera mano visitando a nuestros misioneros diocesanos.

“Misioneros de la misericordia” reza el eslogan del cartel que anuncia este año la Jornada del Domund. El eslogan explica la imagen: El abrazo entre una religiosa misionera joven y una anciana. Es una obra de misericordia al vivo. La misionera toma la iniciativa; en su rostro, que contagia al de la anciana, se refleja un amor misericordioso, comprometido. No se trata de un montaje para impresionar y hacer publicidad; es una realidad. Lo ha explicado la misma religiosa misionera que aparece en de la imagen: “La anciana se llama Aida… Al fallecer su marido, ha pasado un tiempo muy sola, desconsolada y casi ciega. A las Hermanas las considera su familia, pues ya antes de la muerte del marido los visitaban, les daban compañía… Aida no olvida la lucha que mantuvimos para ayudarla… Le aconsejamos que metiera en la casa a una familia que la cuidara. El cambio que ha dado es radical. El Señor hace maravillas con sus pobres… Hace un mes le han operado de un ojo, y está feliz de poder ver”.

Pero el cartel dice algo más, aunque está en letra más pequeña. Dice: “Yo soy Domund”. La frase me recuerda a la del cartel del día de la Infancia Misionera de este año, en que un grupo de niños de distintos países están construyendo un gran corazón, como signo del amor que ha de reinar en la humanidad. “Yo soy uno de ellos” decía la frase preciosa e interpelante que se leía sobre el corazón.

Queridos hermanos: ¿Somos uno de ellos? ¿Somos Domund? Lo somos cuando tenemos un corazón compasivo y misericordioso como el de nuestro Señor Jesucristo, donde se revela la misericordia, que es el rostro de Dios. Lo somos cuando promovemos la paz; cuando somos sensibles ante la injusticia y rechazamos toda forma de violencia; cuando desterramos de nosotros el egoísmo y nos hacemos capaces de compartir lo que somos y tenemos con los más pobres; cuando tenemos entrañas de misericordia y compasión; cuando abrimos el corazón con confianza al Dios que es Amor y le pedimos cada día un mundo nuevo y mejor para todos nuestros hermanos. Si somos así, somos Domund: ¡Enhorabuena!

A la vez que agradezco profundamente vuestra generosidad para con la Iglesia misionera, os invito a recordar y a orar por todos los misioneros y misioneras, de manera especial por los de la Diócesis de Albacete. Y os invito a los párrocos, catequistas y educadores a poner la mejor tensión y entusiasmo en promover esta Jornada. Qué admirable si cada parroquia, cada familia, cada colegio o grupo de catequesis…, si cada diocesano pudiéramos decir: “¡Yo soy Domund!”.

Con mi gratitud, afecto y bendición.