+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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17 de octubre de 2009
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]C[/fusion_dropcap]ada año, en el tercer domingo de Octubre celebramos el día del DOMUND: la jornada destinada a reavivar en nuestras Iglesias la conciencia del mandato misionero recibido de Cristo para hacer “discípulos de todos los pueblos” (Mt 28,19).
El lema que inspira la jornada este año – “La Palabra, luz para los pueblos”- a la vez que nos invita agradecer el don de la fe, nos estimula a compartirla como se comparte una alegría que no puede callarse. En Jesucristo, Dios se ha hecho Palabra y Luz para todos los hombres. Por eso, su palabra ha de seguir resonando en el mundo.
No se trata, como nos dice el Papa en su mensaje, de extender el dominio o afirmar el poder de la Iglesia , sino de llevar a todos a Cristo, de ponerse al servicio de la humanidad , especialmente de aquella más sufriente y marginada, porque creemos que “el esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo es sin duda un servicio que se presta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad actual , que, a la vez que logra grandes conquistas, parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia ( R.M. 2)
La misión no es una obra meramente filantrópica y social, fruto de una sensibilidad solidaria o de unos buenos sentimientos. Arranca de las entrañas del Dios que es amor, que quiere hacernos partícipes de su amor. Un amor que se nos ha revelado y nos ha sido dado en Jesús para dar vida al mundo: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él “(1 Jn. 4,9). Sabe la Iglesia que el mejor tesoro que puede ofrecer a los hombre de nuestro tiempo es Jesucristo, su mensaje, sus promesas, su salvación.
Jesús, que fue el primer misionero, confió a los discípulos, después de su resurrección, el encargo de difundir el anuncio de este amor a todos los pueblos con la fuerza y el ardor del Espíritu Santo: “Como el Padre me envió, así os envío yo”: Son palabras que tendrían que volver a resonar en este domingo con acento personal en el corazón de cada diocesano.
Sólo en el encuentro con su fuente que es Dios encontrará la humanidad su realización plena mediante la restauración de todas las cosas en Cristo.
Muchos hombres tienen hambre de pan y, también, hambre de Dios. Aunque la misión de la Iglesia es de orden religioso y transcendente, es también para este mundo “fuerza de justicia, de paz, de verdadera libertad y de respeto a la dignidad de cada hombre” (Mensaje del Papa).
Quienes hemos tenido la oportunidad de visitar a nuestros misioneros, hemos constatado con gozo que allí donde llega un misionero no sólo surge una comunidad cristiana, sino que con ella brota un impulso profundamente eficaz de de promoción y desarrollo de las personas.
Os invito a recordar con gratitud, en esta Jornada a los misioneros de nuestra Diócesis de Albacete, a todos los misioneros que gastan día a día su vida en el campo de la misión, algunos en situaciones de persecución, de discriminación e incluso de cárcel, de tortura y de muerte por causa del nombre de Cristo y del compromiso con los más pobres. Son millares en todo el mundo. Sólo de vez encunado sus gestas saltan a los medios de comunicación: Un día, porque la persecución o el martirio los hace acreedores de la admiración; otro día, tal vez porque nos hemos encontrado con un expresivo reportaje que nos presenta la abnegación y entrega de sus vidas silenciosas a favor de los más pobres. Comentaba un brillante articulista, frente a algunos escándalos sórdidos y siempre lamentables, alardeados con profusión en los medios de comunicación, que si los periódicos dedicasen la misma atención a la epopeya anónima y cotidiana de los misioneros no habría papel suficiente en el mundo.
Pidamos al “Dueño de la mies” que sigan surgiendo vocaciones a la vida misionera Aunque no todos estemos en la vanguardia de los frentes de la misión, todos podemos secundar el mandado de Cristo a todos dirigido y que a todos nos concierne. Un cristiano que no siente la inquietud misionera es que no ha conocido a Cristo.
Una forma eficaz de colaborar a la misión es seguir ayudando económicamente a los misioneros y a sus admirables obras en favor de los más pobres. La solicitud por los misioneros, la ocupación y preocupación por las misiones de allá, rejuvenece a nuestra Iglesia, la vigoriza y la renueva en su impulso evangelizador acá. Que nuestra dinámica Delegación de Misiones siga alentando y manteniendo viva en nosotros la pasión misionera.