+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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17 de enero de 2015
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]A[/fusion_dropcap] los inmigrantes residentes en la Diócesis de Albacete
Queridos amigos: Hoy, día 18, celebra la Iglesia la Jornada de las Migraciones. Con este motivo, el Papa Francisco nos ha dirigido un mensaje luminoso y profético, instándonos a ser “Una Iglesia sin fronteras, madre de todos”, que así reza el lema de dicho mensaje. En ese sentido va también el mensaje de los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones: como invitación a promover entre todos la cultura del encuentro, de la acogida, de la reconciliación y de la solidaridad; a superar desconfianzas y rechazos; a salir del propio interés; a globalizar la caridad.
En los pasados días de Navidad he pensado muchas veces en vosotros, y por vosotros he rezado. Hablando de esos días entrañables, os he oído comentar alguna vez lo duros que son para muchos de vosotros, lejos de vuestros países y, en muchos casos, lejos del calor de la familia. Para vosotros también ha nacido Jesucristo, para iluminaros con su luz y envolveros con su amor. Él, que vino al mundo en una gruta y fue puesto en un humilde pesebre, “porque no había sitio para ellos en la posada”, también experimentó, al poco de nacer, la emigración forzosa. Por eso, muchas veces he invitado a contemplar el rostro de Jesús, niño emigrante, en el rostro multicolor de todos los niños inmigrantes, vuestros hijos e hijas, que andan por nuestras calles y van a nuestros colegios.
“En el drama de la familia de Nazaret, obligada a refugiarse en Egipto, percibimos la dolorosa condición de todos los migrantes… y de toda familia migrante: las penurias, las humillaciones, la estrechez y fragilidad de millones y millones de migrantes, prófugos y refugiados” (Benedicto XVI).
La historia se repite con tintes incluso más dramáticos. Precisamente en vísperas de la Navidad, cuando hacía tan poco que el Papa Francisco había gritado ante el Parlamento europeo que “no se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio”, nueve subsaharianos, cinco mujeres y cuatro bebés, de los treinta que venían en una patera, dejaron su vida entre las aguas. Y pocos días antes, en el cabo de Gata, era interceptada otra patera que, de las cincuenta personas que viajaban, había perdido casi la mitad, entre ellos siete niños. Los supervivientes, interiormente rotos, porque algunos habían perdido hermanos, no tuvieron apoyo de sicólogos u otro tipo de consuelos; fueron ingresados directamente en un Centro de Internamiento. Entre tanto, sigue el silencio y la pasividad de Europa; y sigue nuestra insensibilidad y la de los medios de comunicación, ocupados en conocer las hazañas de un joven experto en las técnicas de la moderna picaresca. Estamos seguros de que los muertos habrán podido agarrarse a la mano cálida del Niño de Belén y ser acogidos en el regazo de su Madre.
Deseamos que en nuestra Iglesia de Albacete, en la parroquia en que vivís, encontréis, quienes compartís nuestra fe, vuestra casa y vuestra familia en la fe; que nuestra Iglesia os ayude a experimentar el amor de Dios, toda su ternura y su cariño, a través de los hermanos.
Nuestra Iglesia necesita también de vosotros para seguir llevando la Buena Nueva a los pobres. No os avergoncéis de vuestra tu fe, mostradla con sencillez y sin miedo ante todos. Y si ya hubierais logrado organizar vuestra vida y alcanzar una situación digna, acordaos de vuestros hermanos que pasan dificultades, ayudadles lo mejor que podáis. Cumplid honradamente vuestros deberes ciudadanos; así os haréis respetar y valorar mejor.
Quienes no compartáis nuestra fe, porque profesáis otras creencias, sabed que contáis no sólo con nuestro respeto y nuestro afecto, sino que estamos dispuestos a enriquecernos con lo mejor de vuestras culturas y creencias, como esperamos que lo hagáis vosotros con las nuestras. El día de mi entrada en esta Iglesia de Albacete abogaba yo para que los creyentes de las distintas religiones ofrezcamos, juntos, a la humanidad del tercer milenio aquellos valores espirituales y transcendentes comunes que ésta necesita recobrar para fundamentar el proyecto de una sociedad digna del hombre.
No sois un estorbo; os necesitamos. Los técnicos en economía vienen anunciando que para sostener a un pensionista necesitaremos de tres inmigrantes jóvenes. Parece claro que el bienestar del Norte rico, dadas sus tasas de envejecimiento y la baja natalidad, dependerá de su capacidad para incorporar inmigrantes. Sería muy triste que os necesitáramos como trabajadores, y os ignoráramos como ciudadanos. Durante quinientos años el Norte viajó al Sur imponiendo su voluntad económica y política sobre culturas ancestrales, sin pedir permiso a nadie. ¿Sabremos estar a la altura de las nuevas circunstancias?
El pueblo de Israel, del que nos sentimos herederos, hizo de la emigración la gran metáfora de su historia de salvación como pueblo de Dios. Y nuestra Iglesia, por origen y vocación, está llamada a ser casa común de la gran familia de los hijos de Dios y la mesa compartida por los hermanos. Ayudadnos a ser “una Iglesia sin fronteras, madre de todos”.
Con mi afecto y bendición