+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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2 de febrero de 2007
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Queridos diocesanos:
La Iglesia ha unido a la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo, que celebraremos el próximo día 2 de Febrero, la Jornada de la Vida Consagrada. La fiesta de la Luz se enriquece, así, con la luminosidad eclesial de la consagración religiosa.
Desde la salida de Egipto era norma del pueblo de Israel consagrar al Señor los primogénitos de cada familia. Es el rito que, pasada la cuarentena del parto, realizaron José y María con Jesús. Y fue entonces cuando el anciano Simeón, tomando al Niño en brazos, lo proclamó como «luz para alumbrar a todas las naciones».
La vida consagrada es un don admirable del Señor a la Iglesia y al mundo. El carisma de la consagración pertenece a la vida y al corazón de la Iglesia, cuyo carácter esponsal viven los consagrados y consagradas de manera explícita y radical. Por eso se entregan al Señor en cuerpo y alma, poniendo su vida a disposición total del Reino de Dios. Los podemos encontrar partiéndose el pecho al lado de los pobres, junto a los enfermos, los ancianos y los marginados, en las zonas rurales más pobres, en los duros campos urbanos de la educación o en la vanguardia de los frentes de la vida misionera, contribuyendo en todas partes a la creación de una humanidad nueva.
Es ésta una buena ocasión para dar gracias a Dios por este don que tanto nos enriquece a todos y que tanta fecundidad aporta a nuestra Iglesia; para pedir la fidelidad de los consagrados a sus carismas y para que sigan surgiendo vocaciones a la vida de especial consagración. Os aseguro que son de lo mejor de nuestra Iglesia.
Recordamos con añoranza los tiempos en que era un honor para las familias cristianas, siguiendo la buena costumbre de Israel, entregar alguno de sus hijos o hijas al Señor. Los tiempos han cambiado. La sociedad se seculariza, en las familias los hijos se reducen al mínimo, no pocos jóvenes se alejan de la Iglesia. Todo ello está influyendo de manera sensible en la disminución de vocaciones a la vida consagrada. Pero Dios sigue llamando. De hecho, se puede constatar que donde existen familias y comunidades cristianas en que brilla vigorosa la luz de la fe y el amor a la Iglesia surgen vocaciones abundantes al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada.
Doy gracias a Dios por contar en nuestra Iglesia de Albacete con la eficaz colaboración de tantos consagrados y consagradas, con su comunión fraterna y eclesial.
A vosotros y a vosotras, queridos consagrados, os invito hoy a recordar el momento de vuestra consagración a Dios, a refrescar con gratitud las razones que, hace años, en plena juventud, os llevaron a optar radicalmente por el Señor, dejando otras posibilidades. Y os invito a renovar con gozo vuestra consagración. La mejor siembra vocacional será que sigáis irradiando aquella luz de que nos habla esta fiesta entrañable de la «Candelaria».