+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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17 de noviembre de 2012
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]H[/fusion_dropcap]oy, domingo XXXIII del tiempo ordinario, celebra nuestra Diócesis de Albacete el día de la Iglesia diocesana: unajornada para renovar nuestra fe y nuestra pertenencia a la Diócesis, para reavivar la participación de todos los miembros en su misión evangelizadora, para colaborar en su mantenimiento. Todo ello para hacer una Iglesia fraterna, viva y participativa, porque una Iglesia así “contribuye a crear una sociedad mejor”, como dice el lema de la Jornada.
Nuestra Iglesia quiere seguir acompañándoos a quienes sois miembros de la misma en todos los momentos de vuestra existencia, sean tristes o alegres, porque es Madre y en su seno habéis nacido a la fe por medio del sacramento del Bautismo.
En la actual situación sociocultural, que lo analistas califican de desconcierto y de crisis de valores, nuestra Iglesia quiere seguir presentando a Jesucristo, “camino, verdad y vida”, no sólo como el más importante valor, sino como nuestro Salvador, la fuente de nuestra esperanza.
Es una día para agradecer el don de la fe, que nos llegado por la mediación de la Iglesia. Sabéis que no es infrecuente encontrar hoy, en determinados ambientes culturales, un clima contrario, cuando no agresivo, contra la Iglesia católica. A veces, se encuentra uno con personas, incluso bautizadas, que destilan una bilis cruel contra todo lo que suena a Iglesia, como si ésta reuniera en sí el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. En todos los casos he podido comprobar que no tenían más idea de la Iglesia que la que venían recibiendo de determinados medios de comunicación, donde es noticia lo extraordinario, y casi siempre lo que conlleva el morbo de la maldad. También he conocido a quienes, en su valoración de la Iglesia, se quedaron varados en la época de los Reyes Católicos y de la Inquisición. En unos y otros casos, ni siquiera tenían idea de lo que se cocinaba en la parroquia próxima, que distaba sólo unos metros de la puerta de sus casas.
La Iglesia, por estar compuesta de personas, ha cometido todos o casi todos los pecados que podemos cometer los humanos, incluso hasta utilizar el poder religioso para perpetrarlos y justificarlos. Hay que decir, de paso, que en nombre de otros credos políticos e ideológicos, surgidos después de la Ilustración y que tendrían que conservar todavía el candor de la infancia, porque no llevan ni dos siglos de existencia, ya se han cometido atrocidades suficientes como para que no andemos con el complejo de ser los únicos malos de la película. Y también hay que decir que donde ha habido cristianos que han tomado en serio el seguimiento de Jesús, la Iglesia puede presentar las páginas más bellas de entrega y gratuidad que se han escrito en nuestra tierra. Son los innumerables santos de ayer, de anteayer y de hoy.
Frente a la negativa opinión de algunos, quienes estáis en la Iglesia y la conocéis por dentro, incluso en sus pecados, la amáis cada vez más profundamente, porque gracias a Ella habéis conocido a Jesucristo y en Ella encontráis y experimentáis sentido, esperanza y fuerza para amar. Una buena prueba es que, en la ya larga y profunda crisis económica, son muy numerosas las familias golpeadas por la misma que, gracias a la Iglesia y a sus instituciones, están recibiendo un acompañamiento humano y una ayuda material imprescindible para muchas de ellas.
Agradezco de todo corazón vuestra generosidad, manifestada con vuestra entrega personal y os reitero mi invitación fraterna a avanzar en la participación activa en la vida de la Iglesia y a la colaboración en su mantenimiento. Será la expresión más clara de vuestra pertenencia y de vuestro compromiso eclesial, que, en las circunstancias actuales, es seguramente más necesario que nunca.