Carmen Escribano Martínez
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10 de agosto de 2025
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Hoy es San Lorenzo, y muchas personas saldrán al campo o fuera de la ciudad para observar, mirando al cielo, la lluvia de estrellas. Se trata de un fenómeno astronómico provocado por la caída de minúsculas partículas de polvo, procedentes de la cola de un cometa, que entran en la atmósfera a gran velocidad y se desintegran por fricción, originando esos rastros luminosos a los que llamamos estrellas fugaces.
Son las lágrimas de San Lorenzo, que fue uno de los siete diáconos de Roma, martirizado en una parrilla el 10 de agosto del año 258. Este día me sugiere distintas reflexiones que paso a compartir con ustedes.
En mi infancia, la salida nocturna al campo para observar el cielo (con una manta para resguardo del fresco de la noche), era algo fascinante: por la admiración de su inabarcable tamaño, por la contemplación de la inmensidad que nos envuelve y nos hace sentir parte de ese universo que nos cobija, y que convierte a toda la humanidad parte de la misma familia.
Cuando tenía la fortuna de ver una estrella fugaz, era el momento anhelado de pedir un deseo… Y es que, en nuestra vida, siempre anhelamos para los nuestros -y para nosotros mismos- salud y bienestar. Todos llevamos en nuestro corazón muchos deseos, que unas veces se hacen realidad y otras no, pero que siempre nos acompañan a lo largo de nuestra vida.
San Lorenzo fue ordenado diácono en el año 257 por el Papa Sixto. Por eso es el patrón de los diáconos, y fue encargado de administrar los bienes de la Iglesia y del cuidado de los pobres. Por esta labor se le considera tesorero de la Iglesia, y patrón de los bibliotecarios.
El emperador Valeriano promulgó un edicto de persecución en el que prohibía el culto cristiano y las reuniones en los cementerios. Muchos obispos y sacerdotes fueron condenados a muerte, y los que eran nobles fueron exiliados o perdieron sus bienes.
El alcalde de Roma, aprovechando el asesinato del Papa, ordenó a Lorenzo que entregara las riquezas de la Iglesia. Lorenzo pidió tres días para reunirlas, y al término del plazo, se presentó con pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas y leprosos, a quienes él atendía, mostrando así cuáles eran los tesoros de la Iglesia. La reacción a esta actitud no se hizo esperar, y Lorenzo fue condenado a morir en una parrilla, con una tortura y agonía lentas.
Este día nos invita a reflexionar sobre nuestros deseos, nuestras lágrimas y todo aquello que nos provoca tristeza y nos conmueve y nos hace perder la ilusión, la sonrisa y la alegría. Y también sobre nuestros tesoros, sobre aquello que tiene más valor en nuestra vida y debería despertar en nosotros una respuesta de gratitud y de confianza.
El día de hoy nos invita a soñar y a no perder nunca la capacidad de asombro -como los niños-; a no perder la esperanza sobre nuestros deseos y anhelos; a saber qué es lo que nos conmueve; y a no perder la capacidad de compasión… A cuidar de lo pequeño y lo débil, sabiendo que es ahí donde se encuentran los auténticos tesoros.