Manuel de Diego Martín
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11 de enero de 2014
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El miércoles pasado celebramos en la Institución Benéfica Sagrado Corazón de Jesús (Cotolengo) el funeral, presidido por el Sr. Obispo y concelebrado por siete sacerdotes, de Miguel, uno de los residentes de la casa. Hasta tuvimos el acompañamiento musical animado por el organista de la catedral nuestro amigo Paco.
En algunos momentos sentí una emoción muy fuerte al sentir la hermosa despedida que aquí en la tierra hacíamos a Miguel, a la vez que sentía la gran acogida que tenía en el cielo de la mano del Arcángel Miguel y demás coros angélicos.
Ahora que está en toda su virulencia la nueva ley del aborto y la agria discusión sobre el tema de los supuestos, en las que hay muchos que afirman que a los embriones mal formados lo mejor que se puede hacer con ellos es eliminarlos, porque según ellos no podrán llevar una vida digna, yo me preguntaba ¿Por qué no?
En la ceremonia algunos amigos dijeron palabras muy hermosas a Miguel, tales como darle las gracias porque con su vida les había enseñado a ser mejores, y que no podían olvidar el bien que les había hecho con su manera de ser y de vivir. Y el Sr. Obispo concluía una oración diciendo: “pedimos que la vida de Miguel goce ya de plenitud en las manos de Dios”.
Miguel nació en Casas Ibáñez. Su madre murió en el parto y desde siempre su ángel de la guarda fue su padre Francisco. Desde chiquitito era un rebujo de carne atado a un carrito, el cuerpo totalmente paralizado, solamente estaba libre su espíritu. De niño lo trajeron a la Institución del Corazón de Jesús, acompañado de su padre. Cuando este murió no le faltaron voluntarios que años y años han tirado de su carrito. Siempre ha estado acompañado del cariño de las religiosas y de una infinidad de amigos que Miguel por su buen carácter ha ido encontrando a lo largo de los años. Cuarenta y ocho años ha estado en esta santa casa.
No puedo por menos que decir que viví este funeral con mucha emotividad y lo vi cargado de sentido. La guinda del pastel la puso el Obispo en su hermosísima homilía. La Iglesia de la Institución se quedaba pequeña y en montón de rostros se notaba toda la emoción del momento. En mi corazón solamente golpeaba la palabra gracias, gracias Señor por la vida; gracias por esta comunidad de Religiosas que tanto amor ofrecen; gracias por tantos voluntarios que se acercan a esta casa a dar lo mejor de si mismos; Gracias porque Miguel ya está viviendo la plenitud del cielo.
Acontecimientos como este tienen que ayudarnos a comprender que toda vida humana es igual de grande y hermosa ante los ojos de Dios. Así pues, nosotros, apoyados en esta verdad, debemos vivir y actuar en consecuencia.