Manuel de Diego Martín
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2 de agosto de 2014
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Hace un tiempo se hicieron públicos los resultados de ciertos estudios sociológicos que quieren saber cómo va el catolicismo en España. Según estas encuestas, el 67 % se sienten católicos, 23 % ateos o agnósticos, y el 10% indiferentes. De los que se profesan católicos, van a misa los domingos un 25 %, lo cual supone que rezan, escuchan la Palabra de Dios y muchos de ellos reciben la Eucaristía. También dice la encuesta que seis de cada diez españoles valora el bien que hace la Iglesia en la sociedad. El balance es positivo, hay mucha fe aún en el pueblo español.
Pero a continuación nos dicen estos estudios, que lo bueno que tenemos los católicos no lo sabemos comunicar. Son otros medios de comunicación laicistas más pillos los que están dando una imagen de Iglesia que no es la verdadera. Por tanto nos advierten que en la Iglesia hay que progresar en el arte de la comunicación, empezando por los sacerdotes en sus homilías, como en los diferentes organismos eclesiales pues al fin y al cabo, todos debemos ser evangelizadores, es decir comunicadores de la buena noticia. Así pues, en el arte de la comunicación la Iglesia española tiene una asignatura pendiente. Es verdad que muchos ya van tomando conciencia y se van dando pasos en la buena dirección.
Dentro de las cosas buenas que tenemos los católicos es la posibilidad de que nuestros niños y jóvenes puedan recibir en los centros de enseñanza la formación religiosa a la que tienen derecho, y en esto vamos hacia atrás. Hace unos días en la reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal, a la que pertenece nuestro obispo D. Ciriaco, hicieron un comunicado diciendo que no están de acuerdo con la aplicación de la nueva ley de Educación, ya que está siendo un atentado al derecho que tienen los padres de educar a sus hijos. Así pues con esta nueva ley, que había creado tantas esperanzas, la clase de religión va a quedar reducida a su mínima expresión. Los padres católicos ciertamente quieren otra cosa.
En mis años jóvenes de cura di clase de religión unos años. Después de cuarenta años me encuentro con hombres hechos y derechos, que recuerdan aquellas clases y me dicen: “¡Cuánto bien nos ha hecho en la vida todo aquello que aprendíamos en la clase de religión! ¡Aquello sí que era una escuela de formación para moldear hombres que aprendiesen a vivir una libertad responsable!”.
Así pues hoy para muchos, que por otra parte tienen responsabilidades públicas, parece que la clase de religión es una pérdida de tiempo y que hay otros ámbitos más importantes a los que dedicarse. Aquí está el gran reto que tenemos los católicos hoy día de no dejarnos arrollar por ideologías laicistas. Aquí está la responsabilidad de los padres de cuidar de sus hijos y saber hacer frente a estos embates de los que quieren hacer desaparecer la formación religiosa, cuando es precisamente ésta la que ayuda al hombre a vivir en unas coordenadas de sentido y no hundirse en la oscuridad de la nada.