Manuel de Diego Martín
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8 de junio de 2025
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En mis relaciones con las personas que viven en dos Residencias de Mayores, puedo percibir que, aunque por la buena organización material de las mismas, no les falta de nada, muchos de ellos, en cambio, viven en una tristeza permanente: unos porque no reciben el calor familiar que quisieran tener, otros porque han tenido algunos encontronazos con compañeros que no se perdonan, y otros porque tienen muchos males físicos que les hacen sufrir.
Yo, como sacerdote, que les celebro misa los domingos y dedico un tiempo amplio para los que quieran recibir el sacramento de la confesión, que tanta paz y luz da a las conciencias, intento, en lo posible, hacerles salir de esas tristezas. Les hago comprender que los que tenemos la fe cristiana, aunque para muchos en este mundo, tan secularizado y ateo seamos los más tontos del siglo, en cambio, tenemos la certeza de que Jesús, el Hijo de Dios, está a nuestro lado y puede arrancar las tristezas de nuestros corazones.
Leía hace unos días en una revista que el mundo en que nos toca vivir no sabe cómo poder ser verdaderamente feliz con la felicidad que Jesús nos ofrece, pues la busca en todos los lugares de la manera más equivocada, lo que lleva, a veces, a la infelicidad más profunda. Fijémonos, añade el escrito, en las telenovelas, en las que siempre se tratan algunos problemas tan grandes que no encuentran otra salida que la desesperación. Estas series de TV nos muestran, normalmente, las miserias de una vida sin Dios.
Hoy estamos celebrando una gran fiesta, que puede ayudarnos a encontrar la verdadera felicidad. Se trata de la venida del Espíritu Santo sobre nosotros. Jesús dijo a sus discípulos, días antes de su muerte, que Él se iba a ir, pero que los iba a enviar el Espíritu Santo, que les haría comprender mejor todo lo que Él les había anunciado, les acompañaría en sus tareas evangelizadoras y llegarían a disfrutar de su alegría colmada: la alegría de Jesús. Esta alegría debe impregnar hasta lo más íntimo de nuestro ser, evitando que el estruendo superficial de un mundo sin Dios pueda herirnos.
Nos decía el Papa Francisco que de este eterno amor del Padre y del Hijo, que se extiende a nosotros por el Espíritu Santo, cuya venida hoy celebramos, toma fuerza nuestra misión y nuestra comunión fraterna. Y podemos añadir que nuestra misión sea conseguir que haya paz entre todos, que haya fraterna comunión y evitar que haya pobres criaturas, que se desangran en la tristeza y desesperación.