Manuel de Diego Martín

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29 de junio de 2013

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En algunos sondeos de opinión, hechos últimamente entre los españoles, aparece que el problema que más nos preocupa es la corrupción de los políticos. Pudiéramos añadir que junto a la clase política habría que enumerar a todos aquellos que teniendo responsabilidades públicas, en vez de buscar el bien común, van a la búsqueda de sus intereses particulares. En este saco pueden entrar todos los especuladores de banca, los que buscan evadir impuestos escapando a paraísos fiscales, en una palabra, todos aquellos que aprovechándose de su cargo intentan enriquecerse así mismos, sea como sea.

El Papa acaba de publicar un librito, escrito en sus años de cardenal, que habla de la corrupción y de los males que acechan a la Iglesia como son el dinero, el poder y la lujuria. La corrupción, nos dice, destruye las sociedades.

¿Cómo conseguir políticos que no se dejen corromper? Vamos a preguntárselo a Santo Tomas Moro, cuya fiesta celebrábamos hace unos días. Este gran político, canciller de Inglaterra, prefirió que le cortasen la cabeza antes de firmar un acta mentirosa. Le querían hacer comulgar con la rueda de molino de que el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón era nulo, porque al rey le gustaba más Ana Bolena. Otros doblaron la rodilla ante el Rey, pero Tomás prefirió que le cortasen la cabeza antes de caer en la mentira.

Y mientras estamos celebrando la fiesta del santo Patrón de los políticos, he aquí que nos enteramos que el Cavaliere Berlusconi ha sido condenado por corrupto. ¡Dios mío, qué político, corrompiendo a menores, de fiesta en fiesta, entre vino y sexo!

¡Qué hermosa la misión de los políticos cuando viven apasionadamente la tarea de buscan el bien común de su pueblo! ¡Qué miserables todos aquellos que se aprovechan de su cargo para satisfacer sus más bajos instintos!