Manuel de Diego Martín
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1 de diciembre de 2007
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Leía el otro día a alguien que escribía sobre la investigación con embriones humanos, y que hacía esta desconcertante afirmación de que éstos no son mas que “pelotas de células que ni sienten ni padecen” Creemos que decir esto es un tremendo disparate.
El disparate, elevado a la enésima potencia, se ha descubierto estos días en Barcelona. Amparándose en los supuestos del aborto legal, hay clínicas abortivas, que teniendo a su vez pingues ganancias, están provocando abortos de fetos que ya son viables fuera del seno materno, es decir de niños a quienes se les masacra impunemente. Ya están detenidas seis personas, entre directores y personal de la clínica, y habrá algunos más que irán a hacerles compañía.
Un colectivo “pro vida” llamados E-Cristians ha denunciado ciertas sospechas que han llegado a ser crueles realidades ¡Bravo, por ellos! Da la impresión de que las autoridades sanitarias de la Generalitat por publicaciones que se han hecho tanto en Alemania como en Inglaterra de que en Barcelona se estaban provocando abortos hasta de treinta semanas, tenían que estar un poco al tanto, pero han preferido la política del avestruz.
¿Qué futuro tiene una sociedad anestesiada, sin principios morales, en la que la vida cuenta menos que un puñado de euros? ¿Cómo es posible llegar a machacar tanto la conciencia que un día puede acabar por morir, endureciendo tanto el corazón humano, que llegue a cometer estas crueles troperías?
Se empieza por poco, para acabar con mucho. Esos señores que dicen que los embriones son pelotas de células que ni sienten ni padecen, dirán mas tarde que los fetos de los primeros meses no son nada, para terminar afirmando que el niño ya formado, pero que no interesa que venga al mundo hay que eliminarlo. Así pues las prácticas abortivas se ha convertido en la primera causa de mortalidad en España, más que el cáncer o el tráfico. Cada hora diez abortos, cien mil vidas truncadas cada año.
Todo esto son síntomas de que estamos en una sociedad enferma que apuesta mas por la cultura de la muerte y también por ganar cuartos sea como sea, que por una cultura de la vida, como la que protagonizaba Juan Pablo II. Llega un momento en que para mucha gente da lo mismo ocho que ochenta. Se empieza por el embrión y se acaba con el niño. Esto es relativismo moral puro y duro, que con tanto vigor está denunciando nuestro Papa. Gentes que hacen estas crueldades, esos si que son “pelotas de células que no sienten ni padecen”. De ellos no se puede decir que sean personas humanas.