Manuel de Diego Martín
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14 de octubre de 2006
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Leía el otro día una colaboración de uno de nuestros periódicos que nos presentaba una situación verdaderamente pesimista sobre la situación de nuestros matrimonios. Según el diario, la tendencia en la Región es que de cada dos, uno va a acabar en ruptura. En el año pasado hubo en Albacete 1057 separaciones de las cuales 384 fueron conflictivas. Han crecido en el último año en Castilla la Mancha un 18% y la ley de divorcio del 2005 está siendo un catalizador de separaciones. El panorama es un poco triste.
Por otra parte nos quedan aún los ecos del Congreso de la Familia en Valencia en el que aparecían las uniones cristianas como una esperanza para la humanidad Pero ¿qué va a quedar de lo que Dios ha unido, si tantas, tantas uniones son separadas por el hombre?
¿Qué pegamento habrá que utilizar, qué amor debieran tener las parejas para que sus uniones puedan durar? Me encontré hace poco con unas reflexiones sobre el amor de simpatía y el amor de empatía, que me pueden ayudar a aclararme e intentar buscar ese pegamento que haga posible el que las parejas puedan durar.
El amor de simpatía consiste en que lo que une es la simple simpatía, es decir, nos gustamos, nos divierten las mismas cosas, tenemos los mismos gustos, pensamos igual, es una palabra, se tiene lo que da la mata. Cuando la tierra se agota nos quedamos sin mata y la pareja termina.
Hay otro amor, llamado de empatía. Consiste este en intentar conocer al otro, comprenderlo, aceptarlo, no pedir lo que no puede dar, ni exigir que sea como yo quiero. En este amor hay espera, perdón, se da un aceptar las diferencias, intentar aceptar al otro tal como es. Esto supone esfuerzo, paciencia, a veces un sacrificio dolorido, y es un amor que se conquista cada día. Es aquel que dice hoy más que ayer, pero menos que mañana. El de simpatía se va reduciendo a menos cada día hasta acabar en nada.