Manuel de Diego Martín

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16 de julio de 2016

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Hace unos días el Papa Francisco visitó por primera vez  la Sede Central del Programa Mundial  de Alimentos (PMA) en Roma.  Y como suele ocurrir habló claro  y puso sobre el tapete algunas de las paradojas en las que nos desenvolvemos. Por una parte tanta información y por otra tanta indiferencia ante lo que ocurre, por otra tantas posibilidades de que haya alimentos para todos y a la vez constatar la tragedia de tantos que mueren de hambre.

La Presidenta de la Sede recibió al Papa con todos los honores  y con grandes esperanzas de que las palabras del Santo Padre  sobre la necesidad de combatir el hambre en el mundo tuviesen tanto éxito como sus discursos sobre la importancia de respetar el medio amiente y luchar por un planeta sostenible.  Se dice que la Encíclica “Laudato Si” que hace ahora un año fue publicada ha sido el documento que más repercusión y expectativas ha provocado en gentes de diferentes etnias y  credos.

Me hago eco de las palabras que ha pronunciado el Papa en dicho encuentro. En primer  lugar ha remarcado un problema.  Nos dice  que la excesiva información con la que contamos, donde vemos todo con nuestros propios ojos, va generando paulatinamente en nosotros la “naturalización” de la miseria.  Esto hace que poco a poco nos vamos acostumbrando y nos vamos volviendo inmunes a las tragedias humanas hasta llegar a verlas como algo natural.

A continuación el Santo Padre se desahoga con un lamento. El se pregunta: ¿cómo es posible que las armas circulen  de aquí para allá  y en cambio los planes de desarrollo y las ayudas humanitarias  se vean obstaculizadas  por intrincadas e incompresibles  visiones ideológicas o por barreras aduaneras inexplicables.  Todo esto nos está exigiendo un cambio radical.

Y termina con una llamada, una petición a todos. Nos hace ver que la falta de alimentos no es algo natural sino que se debe a nuestro egoísmo  que lleva a una mala distribución de los recursos. Nos es necesario recordar  que los alimentos que desechamos  es el pan que se roba a la mesa de los pobres.  Necesitamos verdaderos héroes, hombres y mujeres capaces de abrir caminos nuevos, tender puentes, agilizar trámites, no perder nunca de vista el rostro de los que sufren a causa de las hambrunas

Es consolador ver cómo nuestras Caritas parroquiales semanalmente distribuyen alimentos a los que más lo necesitan. En parte pueden hacerlo gracias a esos programas de distribución a nivel nacional e internacional.  Pero el mundo es muy grande y las necesidades inmensas, muchos no tienen la suerte de ir a Instituciones Caritativas. Cada uno de nosotros debe ser un banco de alimentos, porque está dispuesto a dar y a darse. Este año  de  la Misericordia se nos invita a llevar adelante las obras que llevan este nombre.  La primera Obra de misericordia  que aprendimos en el Catecismo  es la de “dar de comer al hambriento” Por algo será.