Manuel de Diego Martín

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22 de marzo de 2014

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El martes pasado en la catedral de Valladolid era enterrado nuestro paisano D. José Delicado, arzobispo emérito, que sirvió durante veintisiete años en aquella diócesis. En el sepelio le acompañaban una veintena de obispos, entre ellos el nuestro, D. Ciriaco, muchísimos sacerdotes y el pueblo fiel que abarrotaba la catedral.

Estos días los medios han dicho de este gran  obispo todo lo que se puede decir. Aunque yo no pueda añadir nada, sí quiero testimoniar mi admiración y cariño hacia él dedicándole mi pequeña reflexión semanal.

El otro día visité la Residencia de Ancianos de las Hermanitas de Almansa. Allá me encontré con compañeros de infancia que me decían que era un chico muy bueno, muy humilde, muy estudioso. Él no se apuntaba para hacer diabluras… Cuando recién ordenado sacerdote llegó como coadjutor a la Parroquia de la Purísima llamaba la atención aquel cura tan joven, tan piadoso, tan servicial y cariñoso, tan delicado en cerrar aquellas puertas que chirriaban que las fieles cristianas decían que hasta en esto hacía honor a su apellido.

Su formación teológica fue antes del Concilio, pero era tan buena que fue capaz de comprender y asimilar enseguida los nuevos aires del Vaticano II de tal manera que llegó a ser un apóstol en la difusión del mismo a través de charlas, artículos de revistas y una veintena de libros que ha escrito para formar a las nuevas generaciones en este espíritu conciliar.

Fue D. José pieza clave en la creación de la nueva diócesis con el Obispo Tabera. El fue formador de seminaristas y cuando llegó a Vicario de Pastoral acompañó mucho a los equipos de sacerdotes para poner en marcha una nueva forma de evangelizar, de hacer pastoral, conforme a los nuevos tiempos.

Después de un tiempo como Obispo de Tuy Vigo fue llamado a Valladolid. Todo su saber espiritual y pastoral fue marcando lo que se llamó el espíritu de Villagarcía de Campos, un modo de trabajar los sacerdotes en una pastoral de conjunto para dinamizar la atención evangelizadora de la región llamada del Duero.

También fue determinante la tarea de D. José en el desarrollo de las “Edades del Hombre” que nació en Valladolid y que pretende ser un instrumento de evangelización  a través del arte, ayudando a conocer nuestro patrimonio religioso.

¡Cuántas cosas se pueden decir de él! La primera de todas es que era un alma de Dios, un hombre de oración, apasionado por Jesucristo, por la Virgen María, la de Belén. Un hombre que quería ser santo y tener a su lado sacerdotes santos. Albacete le recordará como a uno de sus mejores hijos por el bien que ha hecho a nuestra Iglesia diocesana y a la Iglesia en general. Que descanse en paz.