Manuel de Diego Martín
|
4 de julio de 2009
|
193
Visitas: 193
Como los curas andamos escasos, a veces se crean algunos problemas de orden pastoral, sobre todo en verano. No es raro que haya pueblos acostumbrados toda la vida a tener cura, que un domingo se queden sin misa. Al principio esto produce un poco de susto, pero la cosa no llega a más.
Pero ¡amigo! cuando hay un fallecido, y no se encuentra cura para concertar el entierro, entonces sí que saltan las alarmas. Llaman a un lugar, a otro y no se encuentra sacerdote, enseguida cunde un poco el pánico y los familiares se llegan a preguntar ¿pero es que vamos a enterrar a nuestro padre, madre, o ser querido como un perro?
Por este lado algunos van descubriendo que es bueno tener curas, por lo menos para estas tristes ocasiones como es el hacer los funerales a nuestros seres queridos. Pero es que los curas no sólo están para enterrar. Habría que decir más bien que están para ayudar a morir, siendo negocio tan importante el conseguir la vida eterna. Pero su misión consiste no sólo en ayudar a morir bien, sino en ayudar a vivir bien, es decir, a estar vivos ante Dios, pues la vida a veces con este barullo materialista y consumista que nos envuelve se convierte en un simple vegetar.
Este año lo ha declarado el Santo Padre, Benedicto XVI, año santo sacerdotal, puesto que recordamos los ciento cincuenta años de la muerte de ese gran cura que fue Juan María Vianney conocido como el “Cura de Ars” y patrono de todos los curas del mundo. El día 29 de junio, fiesta de los Santos Pedro y Pablo, en una entrañable celebración del Obispo con la casi totalidad de los curas de la diócesis, iniciamos este año santo sacerdotal.
Es un año que puede hacernos sentir a los curas el gozo, la responsabilidad y las ganas de entregarnos más y más al servicio del evangelio. También es un año para que todos los fieles cristianos puedan sentir el gozo de tener curas, tener buenos curas que los acompañen en todas las situaciones de su vida cristiana, desde que nacen abriéndoles las puertas de la Iglesia con el santo Bautismo, hasta el final en que un sacerdote implore las bendiciones del cielo cuando nos llegue el momento de entregar nuestra vida al Padre. Así pues es un año para llegar a comprender que los curas están para ayudarnos a vivir, a estar vivos ante Dios. Pidamos al cielo que ellos que son gentes que normalmente viven de la Iglesia, estén dispuestos también a morir por ella, es decir a dar su vida enteramente por el evangelio.