Antonio Abellán Navarro
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30 de diciembre de 2006
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El pasado sábado 16 de diciembre, el Papa autorizaba la publicación de los decretos de martirio de otros 67 mártires de la persecución religiosa española. La Iglesia, de este modo reconoce el martirio, la muerte por causa de la fe, de otro grupo de españoles. Estas declaraciones, con la posterior ceremonia de beatificación, a veces son incomprendidas e incluso por parte de algunos se reclama que se reconozca el martirio de los del “otro bando”. En el fondo no se entiende que cuando la Iglesia habla de martirio, no se trata de facciones políticas o de bandos en una contienda, sino de persecución religiosa pura y dura. A la Iglesia le interesa resaltar el ejemplo de aquellos hijos suyos, los mejores hijos de la Iglesia, que han dado testimonio de su fe con la entrega de la vida, estuvieran en la zona en la que estuvieran, fueran sus perseguidores del signo político que fueran. Sólo se trata de probar que murieron por su condición de católicos, fueran sacerdotes, religiosos o seglares.
Antonio Miguel González Amores nació en Alcaraz el 29 de septiembre de 1883. Estudió en el Seminario Pontificio de Toledo. Tras su ordenación sacerdotal fue profesor de latín en el Seminario de San Fulgencio de Murcia. En 1919 fue nombrado párroco de Bonete (Albacete), hasta 1935, cuando comenzó a residir en su pueblo natal, donde le sorprendió la guerra. Gabriel González Callejas era natural de Alcaraz y estudió en el Seminario Conciliar de Toledo. Era el párroco de Alcaraz. Don Enrique Pretel Gálvez era el coadjutor de Alcaraz. Vivía con su hermana Adela, en una antigua y destartalada casa del pueblo.
El 27 de agosto de 1936 fueron detenidos en las primeras horas de la mañana los dos sacerdotes de Alcaraz Don Gabriel y Don Enrique junto a Don Antonio Miguel, por milicianos armados que estaban al servicio del Frente Popular de Alcaraz, con la excusa de prestar declaración en el Ayuntamiento. Pero realmente fueron conducidos a la Casa del Pueblo de Albacete.
En la carretera de Albacete a Pozo Cañada, a pocos kilómetros de Albacete , fue Don Enrique el primero en ser asesinado. Al parecer opuso cierta resistencia, lo que provocó una más cruenta muerte por parte de sus verdugos. Una vez asesinado éste, los milicianos extrajeron inmediatamente a Don Gabriel del interior del coche, arrastrándolo por los pies, desnucándole al recibir un golpe con el estribo; disparándole salvajemente varias veces sobre su cuerpo, le deshicieron el vientre. Don Antonio Miguel, durante el asesinato de sus dos compañeros, intentó alejarse del trágico escenario, siendo acribillado. Después desvalijaron los cadáveres e incluso después de muertos fueron objeto de mutilaciones.