Julián Ros Córcoles
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15 de febrero de 2020
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Conservo, desde hace años, uno de esos objetos que tienen valor sentimental y me atrevería a decir que “sacramental”. Me lo regaló un amigo. Se trata de un pequeño tornillo, muy pequeño. Cabe en una cajita de pendientes. Según mi explicó mi amigo, sin ese tornillo podría fracasar en su misión un gran avión supersónico. Me sirve para recordar uno de los puntos, el 830, de un librito también pequeño de espiritualidad que se titula Camino: “No me seas…, tonto; es verdad que haces el papel —a lo más— de un pequeño tornillo en esa gran empresa de Cristo. Pero, ¿sabes lo que supone que el tornillo no apriete bastante o salte de su sitio?: Se aflojarán piezas de más tamaño o caerán melladas las ruedas. Se habrá entorpecido el trabajo. —Quizá se inutilizará toda la maquinaria. ¡Qué gran cosa es ser un pequeño tornillo!”.
En mi opinión, el texto del Evangelio de este domingo comienza con una gran exaltación del valor de lo aparentemente pequeño. Y es que, en el Evangelio, para el amor, no hay nada pequeño; o mejor, es precisamente en lo pequeño donde se acrisola y se demuestra verdaderamente el amor. Por eso, los mandamientos de la Ley de Dios, transcripción en piedra de la Ley que Dios mismo ha escrito en el corazón de cada hombre, no están simplemente para “cumplirlos” mediante el “cumpli-miento”. Estamos llamados por Cristo a darles plenitud en las cosas pequeñas de la vida de cada uno de nosotros y en la comunidad en la que Él mismo nos ha constituido.
Y, así, Jesús mismo nos lo va explicando al llevar cada uno de los preceptos que comenta a lo más íntimo de la conciencia y del corazón. No le basta el culto de la ofrenda si no va acompañado de la reconciliación con el hermano. No es suficiente evitar el adulterio, sino que es necesario examinar con qué limpieza de corazón miramos a los demás. El “matar” no se refiere simplemente al quitar físicamente la vida; porque el odio y el rencor pueden llegar a ser formas asesinato… Y todo esto lo hace con toda la fuerza de su divinidad.
La expresión “Pero Yo os digo” coloca su Palabra y su enseñanza al nivel de la del Dios del Sinaí. Y a nosotros nos sitúa una vez más en el camino de no olvidar que Jesús tiene predilección por los niños, y por los que se hacen como niños, y que alaba al que es fiel en lo poco. El Señor se fijó en la pequeñez de su esclava para hacernos participantes de su plenitud.