+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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5 de junio de 2010
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]L[/fusion_dropcap]a vida de Jesús se puede encuadrar en tres palabras, tres verbos que indican acciones sucesivas: dar gracias, partir, dar. Son las tres palabras que cada día pronunciamos los sacerdotes a la hora de celebrar la Eucaristía.
Dar gracias es un movimiento del alma, un sentimiento por el que reconocemos que no todo nos es inmediatamente debido, que la vida en su discurrir diario lleva en sí el sabor de lo gratuito, el encanto de lo inmerecido. En una sociedad donde se nos educa sólo en derechos, donde todo nos “es debido”, es difícil que brote la acción de gracias; falta la mirada que supera los angostos confines de uno mismo. ¡Qué bello el gesto de Jesús que encuentra en la paternidad de Dios la fuente última de todos los bienes!
Partir es un gesto fuerte. Puede referirse a rupturas dolorosas, amistades quebradas. Pero también se pueden partir cadenas de esclavitud o de injusticia, y es entonces un gesto de liberación. Se puede partir para compartir y para liberar, que es lo que hace Jesús en la Eucaristía y, como nos cuenta el Evangelio de hoy, cuando parte el pan para multiplicarlo.
Dar es el gesto de quien no retiene para sí nada que pueda ser dado, compartido. Es la postura de disponibilidad frente al otro. Se da vida cuando se hace nacer a una criatura, cuando se da amistad al que está solo o ayuda al que la necesita. Al dar de comer a la multitud Jesús manifiesta de una manera viva lo que es el sentido de su vida, una vida entregada, que tiene su más alta expresión en la cruz al “dar su vida en rescate por muchos”. De ello es memoria y presencia cada Eucaristía, donde Jesús se da a sí mismo como Pan de Vida.
Se cuenta que un día la Madre Teresa de Calcuta recibió un hermoso rubí de gran valor. Para sorpresa general, la madre Teresa mandó que se engastara en el sagrario de la capilla. Se la objetaba que era más sensato venderlo para atender a los pobres. Ella contestó: “Si no honramos cada vez más a Cristo, pronto dejaremos de honrar a los pobres”.
En la fiesta del Corpus adoramos el Santísimo Sacramento, una vez al año, con una solemnidad especial. En nuestros pueblos la gente hasta alfombra las calles con tomillo y lanza pétalos de flores al paso de la custodia. Pero ¿sigue teniendo sentido esto hoy? Jesús, es verdad, no ordenó que hiciéramos procesiones, sino el “dadles vosotros de comer”. Es posible que a quienes no comparten nuestra fe les resulte hasta ridículo contemplar a una multitud postrada ante lo que visiblemente no es más que un trocito de pan. Lo comprendemos. Y, sin embargo, de ese poquito de pan han brotado los gestos más gratuitos, las entregas más generosas de tantos que han luchado y siguen luchando para erradicar la miseria del mundo, de quienes han partido, compartido y repartido el pan para miles y miles de necesitados.
Desde la Eucaristía celebrada cada mañana, antes de amanecer, en la capilla de la casa, la Madre Teresa se sentía enviada a la misión que diariamente cumplía hasta la extenuación, y que siguen cumpliendo las Hermanas de la Orden de la Caridad, por ella fundada, por el mundo entero, entre los pobres más pobres de la tierra.
El día del Corpus celebra la Iglesia el Día Nacional de Caridad, porque Eucaristía y Caridad son inseparables. ¿Saben que la fuente de la que mana la fuerza de Cáritas, y de todas las admirables organizaciones que trabajan al servicio de los pobres y de su promoción es la Eucaristía? De la Eucaristía hemos de aprender y sacar fuerzas para compartir lo que somos y tenemos.
Pero ¿lo entienden así todos los bautizados? ¿Sucede también hoy que cuando los cristianos celebramos la Eucaristía, es decir, cuando, dando gracias, partimos el pan y bebemos del cáliz somos enviados a compartir lo que somos y tenemos?
Agradezco, en nombre del Señor, la admirable tarea de quienes, voluntarios o trabajadores, llevan adelante la acción caritativa de nuestra Iglesia y sensibilizan a la comunidad cristiana en el compartir, y a quienes, compartiendo, hacen real la comunicación cristiana de bienes. Caritas sabe y enseña que la caridad verdadera no puede ser nunca un gesto de paternalismo humillante, que antes que dar hay que darse, que el compartir sólo humilla cuando antes no se ha compartido el corazón.