+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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5 de marzo de 2022
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Con la celebración del Miércoles de Ceniza, hemos dado comienzo al Tiempo Cuaresmal. Cuarenta días de preparación que nos harán acercarnos a la noche santa de la Pascua.
La Cuaresma es un tiempo privilegiado para escuchar la Palabra de Dios y para volver la mirada a Dios y a nuestro prójimo, para “cambiar de mentalidad”, para convertirse.
Cuaresma también es un tiempo propicio para renovar la vida espiritual, para sintonizar de nuevo con el corazón de Dios. Durante la Cuaresma estamos invitados a reconciliarnos con Dios y con los hermanos. Asistir al sacramento de la Reconciliación y realizar una buena confesión, de la forma que pide la Iglesia (ante un sacerdote, con confesión y absolución individual) todo lo demás es invalido, nos ayudará a fortalecer nuestra fe y a vivir la Pascua con una renovada alegría.
Las prácticas cuaresmales tradicionales (ayuno, limosna y oración) nos serán gran ayuda en este camino hacia la Pascua.
Oración: Con la oración se enciende el deseo de Dios, de profundizar en nuestra amistad con Él, de poner nuestra vida en sus manos, de seguir por sus senderos. Así nos lo muestra Jesús una y otra vez a lo largo de los Evangelios.
Ayuno: Al igual que las dietas que hacemos para conservar sano el cuerpo, nuestro espíritu y nuestro corazón necesitan también purificarse y “aligerarse” para vivir centrados en Dios, en su amor y en su voluntad. Esta práctica cuaresmal puede ser signo de que queremos ayunar de pecados, de que preferimos el pan de la Palabra, que queremos frenar nuestro consumismo y queremos compartir de lo nuestro.
Limosna: Es un signo de compasión y misericordia, una actitud de apertura y caridad hacia los otros; un signo de amor concreto, como las demás obras de misericordia. La limosna, bien entendida, acontece cuando se está atento a las necesidades de los demás, no sólo las materiales, y se está dispuesto no sólo a compartir con los necesitados los propios bienes, sino a darse uno mismo.
Vivamos estos cuarenta días, que nos recuerdan los años que anduvo Israel en su éxodo, o los cuarenta días en que Jesús se retiró al desierto, con una liturgia sobria, identificada con el color morado, sin adornos florales, sin el canto alegre y gozoso del Gloria y el Aleluya, en un ambiente penitencial y con serena alegría.
«Un cristiano no puede vivir con cara de Cuaresma sin Pascua», ha dicho certeramente el Papa Francisco. Nuestro horizonte en este tiempo de Cuaresma debe estar puesto en la Luz de la Pascua que vamos a celebrar como triunfo. No lo olvidemos.
Nuestras prácticas cuaresmales pueden parecer obsoletas, sin sentido o insignificantes a los ojos del mundo, más si las hacemos con amor sincero, entonces tienen un gran significado a los ojos de Dios. No dejemos de practicarlas y enseñarlas a los niños, adolescentes y jóvenes.
Os deseo a todos una santa Cuaresma para que todos juntos en sinodalidad, subamos al Calvario para alcanzar la gozosa Luz de la Pascua.
Ángel Fernández Collado
Obispo de Albacete