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16 de julio de 2022
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]n el texto del evangelio de este domingo leemos aquel encuentro de Jesús con Marta y María (Lucas 10, 38-42). La primera, afanada con los quehaceres de la acogida del Maestro, contrasta con la segunda, atenta en la escucha de Jesús.
El contexto más adecuado para encuadrar este texto es la ley judía sobre la hospitalidad. El judaísmo tenía algo así como una un estatuto del huésped. Marta probablemente no haga otra cosa más que aplicar dicho estatuto a Jesús. Pero el texto parece advertir que el exhaustivo cumplimiento de la ley de la hospitalidad, puede oscurecer el aprendizaje novedoso que trae consigo el huésped.
Marta, en el estricto cumplimiento de sus deberes religiosos, tiene los ojos cerrados ante la nueva y buena noticia de la que es protagonista Jesús. María, sin embargo, es sensible a dicha presencia y a su buena nueva. El escenario, por tanto, es magistral y perfecto para llegar a la conclusión que Lucas nos sugiere: Marta representa el antiguo judaísmo, caduco y sordo; María representa el nuevo pueblo y discipulado que inaugura Jesús. Para Jesús, antes que el estricto cumplimiento religioso y ritual está la escucha atenta y fundante.
Muy probablemente un judío de orden en aquel tiempo pondría en cuestión la actitud de María. Por eso, el gesto contracultural de incumplir esa práctica sagrada de la hospitalidad, sitúa paradójicamente a María frente a los perdedores del sistema. Por eso, Jesús le dice que ha cogido la mejor parte; sin duda, una parte que compartiría con publicanos y pecadores, a todas luces los preferidos del Dios de Jesús.
Cuando traemos el texto al hoy de nuestra vida, quizás nos ponga sobre aviso del eterno conflicto entre dispersión y atención. Marta es un icono de la dispersión, María de la atención. Lo ideal es que ambas características del ser humano se den juntas para no caer en el ensimismamiento que deriva en egoísmo, ni en la extroversión que deriva en desfondamiento.
Si aplicamos, por otra parte, estos perfiles bíblicos de Marta y María a la tarea evangelizadora de la Iglesia, tengo la sensación de que nos ofrece un buen marco de referencia sobre nuestro actuar en tal sentido.
Una Iglesia alejada de su misión (dispersión) y demasiado contempladora del misterio (atención), no deja de ser una deformación que roza el culto vacío y la siempre resultona idolatría del creer con brillo, pero sin iluminar. Pero no es menos peligrosa, una iglesia obsesionada por su visibilización pública y embarcada en un hacer sin centro (dispersión), y que no tiene tiempo para centrarse en aquello que cambiar, convirtiéndose en una marioneta movida por los hilos caducos del pasado, aunque con las vestimentas de una cultura pseudo-actual, a la que no fecunda ni transforma (atención).
Este texto, por tanto, es una buena oportunidad para que nos preguntemos, como evangelizadores que somos, qué ofrecemos a nuestros huéspedes de hoy. ¿Ofrecemos un hacer alocado de brillante superficialidad pero que no llega a calar las entrañas de las personas? ¿Ofrecemos prisa y nerviosismo? Si estamos en estas, no hemos avanzado mucho más allá de ese judaísmo caduco que cuestionaba Jesús.
La provocación del Maestro de Galilea consiste en el milagro de un encuentro, donde alguien tiene algo que decir y alguien tiene algo que escuchar. Entonces la prisa no cuenta, el tiempo no se mide, las distancias no separan y los espacios se acortan. Como demandantes de sentido en estas sociedades enredadas, es grato encontrarte con alguien que tiene algo que decirte. Y como dadores de sentido, es bueno invitar a la calma, saberse agraciado por sentirse acogido, y saberse escuchado en-centrados en la memoria de Aquel que todavía hoy tiene palabras de vida plena.
Quizás por eso, el Papa Benedicto vinculó de un modo tan notable la verdad de la vida con el ejercicio de la caridad, cuando afirmaba que «en la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida verdad y caridad se funden. La caridad sin verdad sería ciega; la verdad sin caridad es como un címbalo que tintinea».
Francisco Jesús Genestal Roche
Párroco de Alcadozo y Liétor