Manuel de Diego Martín
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14 de junio de 2014
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Hay un refrán que dice: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Puede ser que este refranero haya que aplicarlo a la mayoría de las actividades humanas, en las que es necesario absolutamente aunar las fuerzas del cielo a las de la tierra. Pero en la actividad evangelizadora hay que afirmar que ya el sólo orar es, por sí misma, una acción evangelizadora. Como también hay que desconfiar de esas acciones evangelizadoras que no llevan consigo una vida de oración y que quedan reducidas en puras acciones mundanas por mas brillantes que parezcan.
Hoy celebramos el Día de los Religiosas y Religiosas Contemplativos, que están en los Monasterios de Clausura sin salir a la calle. Pues bien, el lema de hoy nos dice que “Evangelizamos orando”. Por eso tenemos que afirmar que nuestros contemplativos son en sí mismos unos grandes evangelizadores. Ya que la evangelización es antes que nada ayudar a abrir los corazones a Dios.
Es cierto que mis palabras, mis obras buenas son ya mediaciones evangelizadoras, y el testimonio de un cristiano en el mundo es una gran herramienta para hacer creíble el evangelio. El mismo S. Pablo decía aquello de que ¿cómo van a creer si no escuchan la Palabra de Dios? por eso hay que enviar por el mundo a misioneros. Pero la acción evangelizadora es, ante todo, mover los corazones y aquí quien lleva la batuta, el maestro de coro es el Espíritu Santo, y la oración es la que hace que este Espíritu salga a escena.
Estos días hemos vivido el fenómeno de masas de Sor Cristiana, esta monja siciliana que ha ganado un festival de la canción. Allá vestida con su hábito y levantando su crucifijo como trofeo ha hecho que miles y miles se hayan asomado a las redes sociales. Sin duda alguna esta acción evangelizadora ha sido muy hermosa. ¿Ella ha hecho más que otras hermanas escondidas en los Monasterios? No se trata de hacer comparaciones, pero sí llegar a la convicción de que es la oración la llave que abre los corazones para que en ellos pueda entrar Dios.
Hoy queremos dar gracias a Dios Padre, por el tesoro que es para la Iglesia la presencia de nuestros Monasterios cuya tarea primordial es orar para que nuestros corazones se conviertan a Dios. Esta es la misión más grande que imaginarse pueda.