Manuel de Diego Martín

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29 de octubre de 2011

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Entre los vídeos que me envían mis amigos, me encontré el otro día con uno que me dejó apabullado de pena al ver a qué grado de deshumanización pueden llegar los humanos.  Se trataba de un vídeo en que aparecía una niña china de dos años atropellada, pasaron dos vehículos más por encima, y varios viandantes pasaron indiferentes dejando a la chiquilla desangrándose como si de un perro se tratara. Por fin una buena mujer la recogió, la llevó al hospital, pero ya era tarde. Esto muestra la actitud de una población que ha perdido el alma para interesarse por estas cosas.

Estos días del “Domund” me han hecho recordar las huchas que llevábamos para pedir por los “pobres” chinitos, y llevarles el evangelio. El gigante chino hoy ha despertado y con su potencial económico puede hacer que en un mañana los pobrecitos seamos nosotros. Pero no importa. Una vez más recordamos que el dinero no da la felicidad y que los chinos con todo su potencial económico pueden hundirse en la más espantosa miseria.

Son miserables cuando se cierran al don de la vida y castigan a la mujer que tenga más de un hijo. Son miserables cuando en aras de conseguir un poder económico, cueste lo que cueste, machacan derechos humanos y libertades. Son miserables cuando ocurren cosas como lo de la niña del vídeo. Dicen que allá cuando uno tiene un accidente, para evitarse problemas, remata a su víctima y así todo es más fácil, pues los hospitales son caros.

La causa de esta miseria es vivir sesenta años en un ateísmo total, allí no hay lugar para Dios. Y cuando falta Dios pueden ocurrir estas cosas y otras más si es que las hay peores. Así pues, si de chiquillos decíamos que había que evangelizar a China, hoy esta necesidad la vemos con más urgencia. De otra manera pueden ser un peligro para la civilización cristiana.