Fco. Javier Avilés Jiménez

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10 de noviembre de 2012

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Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. [Benedicto XVI, Porta Fidei 1]

No basta con el anuncio, la catequesis, los sacramentos. Adentrarse en la vida nueva de la fe, requiere que lo que se nos ha anunciado, lo que encuentra expresión y momento en los sacramentos, se vaya haciendo parte de nuestra vida, como el aire que respiramos. El oído ha captado el mensaje, pero el corazón lo tiene que bombear a nuestra forma de pensar, a nuestros hábitos y decisiones, hasta convertirse en nuestra segunda piel, la más resistente y duradera, pues tiene garantía de eternidad.

Lo vemos constantemente en los evangelios, el que se encuentra con Jesús, ve cómo su vida cambia, se hace nueva. Eso quiere decir el Papa con lo de que «el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma», que conocer a Jesús es tener una meta, sentir un fundamento y experimentar continuamente las fuerzas necesarias para seguirle, para ir a donde Él vive (Jn 1, 35 – 42)

Mientras nos quedemos en lo que nos han contado, o nos limitemos a una mera aceptación formal o teórica, estaremos en las inmediaciones sin atrevernos a sentir lo que supone esta novedad y sus consecuencias morales, espirituales y comunitarias. Vamos que como dice Job, estaremos a la luna de Valencia: «Hasta ahora sólo te conocía de oídas». Porque si aceptamos la Palabra de Dios, palabra que es la Creación, la Biblia y, hecha carne, Jesucristo, entonces contará a la hora de cómo nos conducimos por la vida. Esa Palabra informará nuestra voluntad, asesorará nuestros discernimientos y sostendrá en vilo nuestro ánimo quebradizo. Eso sí que es haber entrado por la Puerta de la Fe.