+ Mons. D. Ángel Fernández Collado

|

11 de abril de 2020

|

71

Visitas: 71

[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos fieles cristianos de la diócesis de Albacete, que la paz y a la alegría de Cristo Resucitado os acompañe en estos momentos.

Con el pregón de la Pascua –el Exsultet—, hemos expresado la alegría de la Pascua y la exuberante acción de gracias que provoca en nosotros. El cirio pascual, que nos preside este tiempo, se asemeja a la columna de fuego que guio a Israel por el desierto; su paso milagroso por el mar Rojo sirve como signo de liberación tanto como prefiguración de las aguas del Bautismo. La Nueva Alianza entre Dios y la humanidad es proclamada elocuentemente en términos de la Luz brillante de Cristo, que disipa la oscuridad del pecado y de la muerte en todo tiempo.

La gran noticia para el mundo es que Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, ha resucitado. Este acontecimiento único marca la historia de la humanidad, puesto que la renueva por dentro. Desde ahora, es una nueva creación. También hoy sigue siendo la mejor noticia. Sin la resurrección, vana sería la vida de la humanidad. En el siglo XXI, los cristianos, testigos de este hecho, lo proclamamos al mundo. El Señor Jesús está vivo y reina glorioso para siempre por su victoria sobre el pecado y sobre la muerte. ¡Alegrémonos porque Cristo ha resucitado!

La Pascua es un nuevo comienzo, el recuerdo de la grandeza de Jesucristo. La muerte victoriosa de Cristo es el momento culminante de la obra de la redención.

El amor de Dios es más fuerte que la muerte. Nadie puede seguir a Jesús y perderse. Solo el amor tiene la última palabra. Cristo ha derrotado la muerte y proclama que Dios existe y está al lado de la vida y el bien, está a nuestro lado comprometido con nosotros y nuestra historia. La Pascua celebra el misterio de Cristo en su totalidad. Cristo es el Cordero sacrificado por nosotros que pasa de la muerte a la vida y nos otorga vida nueva. Para participar en la vida nueva, los bautizados vivimos la Eucaristía, que es nuestra Pascua.

Desde que Cristo resucitó, hemos sido asociados a su victoriade modo que nuestro sufrimiento, unido al de Él, lleva en sí la semilla de la esperanza, que en la eternidad germinará en gloria y, al final de los tiempos, en Resurrección, “Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya” (Rm 6,5).

Jesús ha resucitado, está vivo y acompaña misteriosamente a cada ser humano. Nadie puede describir o imaginar la resurrección de Jesús. Solamente podemos decir que ha vencido al odio con el amor, que la muerte no tiene la última palabra. Que la alegría de Cristo surja en nuestras vidas.  Lejos de alejarnos de los que sufren, esta alegría nos da el coraje de enfrentar nuestros propios sufrimientos y el de los demás. Para conservar y encontrar siempre la fuerza de esta fe pascual, necesitamos caminar con otros, hablar con otros de nuestra fe, de nuestras dudas, de cómo rezar. Cristo ha resucitado y es Él quien nos reúne más allá de todas las diferencias posibles entre nosotros.

En el Domingo de Pascua, nace el día nuevo que la iglesia prolonga una semana de semanas, el “gran domingo”, el “gozoso espacio”. La naturaleza humana de Cristo fue glorificada por obra del Espíritu. Él se convierte en fuente del Espíritu, su manantial. El don del Espíritu Santo es la meta a la que tiende la obra terrenal de Jesús. “Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios”. (Rm 8,14). Solo con este don se supera el hombre, el régimen de la “carne”, y se instaura el nuevo régimen del “Espíritu”(Rom 7,5-6)donde es posible “llevar una vida nueva” (Rom 6,4).

El Espíritu Santo realiza en nosotros esta nueva condición de hijos de Dios. Y este es el mejor don que recibimos del Misterio pascual de Jesús y el mayor consuelo. El Espíritu nos introduce en la comprensión del misterio de Cristo, pues nos hace conocer la verdad.

Jesús se nos presenta vivo en la Iglesia, en la Eucaristía, nos habla en su Palabra, nos llena con su caridad. 

Que el anuncio de la Pascua se propague por el mundo entero con el canto gozoso del Aleluya. Seamos anunciadores de la vida nueva que se nos ha otorgado en Jesucristo, en esta época marcada por la inquietud y la incertidumbre.  Anunciemos la Pascua con un estilo de vida humilde y fecundo de buenas obras. Cantemos con la boca, pero, sobre todo, con el corazón y con la vida, proclamando con nuestro testimonio que Cristo está Vivo, ¡ha resucitado!

A todos os deseo una feliz Pascua de Resurrección.