Manuel de Diego Martín
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16 de enero de 2010
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El 1989 lo pasé como año sabático en Tierra Santa, concretamente en Jerusalén. Con los buenos servicios de mis amigos de la Custodia franciscana, hice un viaje de unos días a Egipto. Una tarde íbamos un padre franciscano de Italia y un servidor en un destartalado autobús por los arrabales del Cairo para visitar las Pirámides. Dos chiquillas de unos doce años iban sentadas enfrente de nosotros. Ellas se miraban, nos miraban, sonreían y enseguida nos extienden las manos. Creíamos que nos pedían unas monedas como hacen los chiquillos por allá cuando ven europeos. Enseguida nos dimos cuenta de que lo que hacían era enseñarnos sus muñecas para que viéramos las cruces tatuadas en ellas. Nos querían decir que ellas también eran cristianas. Habían observado la cruz de misioneros en nuestros pechos.
¡Qué alegría les dio a aquellas chicas encontrarse con unos cristianos europeos! Desde esta experiencia podían comprender que el ser cristianas no era una maldición, ni una cosa de qué avergonzarse, ni ser los parias de la sociedad, ni ciudadanos de segunda clase, como continuamente les están haciendo creer en su país.
La matanza de hace unos días de un grupo de cristianos en Egipto a la salida de la Misa Navidad me ha hecho recordar la historia de aquellas chiquillas de los arrabales del Cairo que con tanta alegría nos enseñaban sus cruces tatuadas a nosotros que llevábamos una pequeña cruz sobre nuestro pecho. Estas chicas hoy serán ya unas mujeres hechas y derechas. Me pregunto ¿cómo vivirán su fe hoy día? ¿Tendrán que llevar siempre mangas que cubran sus cruces para no tener problemas entre sus gentes?
Una vez más sientes escalofrío al ver como el “odium fidei”, el odio a la fe, como decían los antiguos, sigue vivo en tantas latitudes. El año que acaba de finalizar ha sido tremendamente trágico en el asesinato de cristianos: sacerdotes, religiosas, laicos. Esto ha ocurrido no solamente en el ambiente islámico, sino también en América. ¿Porqué el barrer cristianos del mapa ha de ser el objetivo de tantos desalmados?
El otro día recordábamos la fiesta de S. Eulogio de Córdoba, del siglo IX. Era un sacerdote que destacó tanto por su ciencia, su bondad, su celo apostólico y demás cualidades, que lo habían preconizado como futuro arzobispo de Toledo. Se vio que su prestigio hacía mucho daño al imperialismo musulmán. Lo acusaron de esconder a una chica conversa, y ¡zass! le cortaron la cabeza. Los islámicos del Egipto de hoy también han encontrado la excusa de que los cristianos habían violado a una chica. Y cosieron a tiros a un grupo de cristianos ¿Qué podremos hacer para que la libertad religiosa se viva en todas partes como la más importante y primera de todas las libertades?