+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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11 de octubre de 2014

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos amigos:

Algunos me habéis pedido que preste una especial atención en estos escritos a los agentes de pastoral. Intentaré hacerlo, pero permitidme antes un aviso para navegantes, para todos, que título “cristianos en riesgo”.

La frase pertenece a la carta apostólica que, con valor programático, nos dirigió el Papa San Juan Pablo II a los católicos al inicio del actual milenio. Allí leemos: «Se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino cristianos con riesgo. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizá acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición” (NMI. 34).

El riesgo de que hablaba el Papa es, por desgracia, un hecho verificado en la experiencia diaria. Basta asomarse a cualquier encuesta sociológica que investigue las creencias y vivencia religiosa para constatarlo. Dejado el trato con Dios en la oración personal o familiar, abandonada la participación en la misa dominical…, el cristiano se convierte en poco tiempo en un cristiano puramente nominal.

Es verdad que la fe no se reduce a la práctica religiosa; pero sin práctica religiosa Jesucristo deja de ser el Viviente para convertirse en un personaje de la historia; el Evangelio ya no es luz que ilumina y fuego que calienta; la esperanza en la vida eterna, alumbrada por la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, ya casi ni cuenta. Se vive de tejas abajo, con horizontes cortos, a la medida de los deseos y aspiraciones inmediatas. Decía el gran filósofo D. Julián Marías que cuando se deja de creer y esperar en la vida eterna no hay religión que valga.

Un cristiano que no dedique un tiempo al cultivo de la fe y a su formación religiosa es ciertamente un cristiano con riesgo, que acabará, antes o después, «cediendo a la seducción de los sucedáneos». De hecho, los viejos dioses de la antigüedad pagana, secularizados y vestidos de paisano, campan a sus anchas en nuestra sociedad postmoderna, como aspiraciones o ideales que seducen y orientan mentes y corazones.

Sin conocimiento y experiencia interna de la vida eclesial, la imagen que va quedando en muchos de la Iglesia se reduce a la que dan los medios de comunicación social, más preocupados por vender el morbo y el escándalo que por dar cuenta de la vida de tantos cristianos – sacerdotes, religiosos o laicos-, testigos anónimos de lo mejor y más digno que se genera en esta tierra nuestra. Le oí decir a D. José María Javierre, que algo sabía de comunicación e imagen, que bastaría con que un cristiano no leyera más que un determinado periódico -y citaba a uno en concreto- para que en no más de dos años acabara perdiendo la fe.

También advertía el Papa del peligro de acabar «transigiendo con formas extravagantes de superstición». Lo malo de no creer en Dios- decía Chesterton – es que fácilmente se acaba creyendo en cualquier cosa. ¿No es significativo que, en nuestra culta Europa, el número de astrólogos y pitonisas triplique ya al de físicos y químicos?

«Cristianos con riesgo» lo son todos los que se contenta con una vivencia mediocre de la fe. Podemos serlo cualquiera – sacerdotes, religiosos o laicos-, cuando no vivimos una fe honda, viva, iluminada, comprometida.

Al inicio de un nuevo curso, las ofertas del Programa Pastoral Diocesano  “renovarse para evangelizar” pueden ser un buen medio para alejar el riesgo y vivir con gozo la fe y la pertenencia eclesial. Os invito, en este año jubilar teresiano que vamos a inaugurar, a conocer la vida y los escritos de Santa Teresa. Vais a disfrutar.